Por Roberto Elenes
Rey Sol: Coronel Esteban Cantú |
Al Rey Sol,
como llegó apodarle a Esteban Cantú Jiménez la prensa norteamericana,
comparándole con Luis XIV, imagen del absolutismo político, le tomaría poco
menos de cuatro años para convertirse en amo y señor del Distrito Norte. En
junio de 1911, con el arribo a Mexicali del general Manuel Gordillo Escudero al
mando de la Columna de Operaciones de la Baja California, vino a desplazar del
mando militar al aún jefe político y militar Celso Vega, partiendo de inmediato
de Mexicali a Ensenada, sede del poder distrital.
Para el mayor Cantú, nuevo encargado del resguardo policial de la
subprefectura política a cargo de Feliciano Esparza, debió significar un
verdadero reto tener que lidiar con un hombre como Rodolfo L. Gallego, hábil,
ambicioso y de armas tomar, quien hasta hacía poco había realizado funciones
similares a las suyas, comandando una fuerza de ataque superior en número a la
de sus 100 hombres, ejerciendo un liderazgo tan evidente que al mes de la
llegada de las fuerzas federales, ya era maderista declarado y jefe político de
Mexicali.
Así es que Gallego más bien por la fuerza disuasiva que representaba la
presencia en el distrito de las fuerzas militares llegadas recientemente, el
8/º batallón (un mínimo de 300 hombres) y de los aproximadamente 1 500 hombres
que conformaban la Columna de Operaciones, le dio el respaldo a la autoridad
militar, al preboste Esteban Cantú, para que pusiese orden y pacificara la
zona. Cantú, por iniciativa propia, empezó a conformar un cuerpo auxiliar de
caballería.
Con la
connivencia del joven mayor de caballería encargado de la vigilancia del
pueblo, el robusto Gallego, en su rol de subprefecto maderista, es quien
expulsa a la magonista Margarita Ortega de Gortari de territorio nacional,
advirtiéndole que de regresar a Mexicali sería fusilada, ayudando a Cantú y sus hombres al
apresar a Emilio Guerrero y a Tirso de la Toba, comandando, en noviembre de
1911, a un puñado de liberales que andaban de alebrestados en la región de Tecate.
Se habla de
que habría sido la gente del subprefecto Gallego, del jefe político de la
localidad, la que condujese a Tirso de la Toba y a Emilio Guerrero hacia la
cárcel de Ensenada, dejándoles escapar. Tirso de la Toba y Gallego habían sido
compañeros de correrías y en realidad eran amigos, de lo que no podía jactarse
Margarita Ortega, a pesar de haber sido camaradas cuando Gallego estuvo
adherido a la revuelta magonista.
Al año
entrante, Gordillo Escudero decide cortar por la sano y, en mayo de 1912,
destituye a Rodolfo L. Gallego, trayendo de los Ángeles, California, a su amigo
Julio Ramírez, para ponerlo como subprefecto de Mexicali, quien vino a resultar
un fiasco.
Ramírez
había sido un corruptísimo comandante de Policía en Mazatlán en la época de
Diego Redo como gobernador de Sinaloa (1909-1912), de donde a causa de sus
múltiples atropellos salió huyendo hacia Estados Unidos. Después de la
experiencia de Mexicali, Gordillo Escudero lo hizo subprefecto de Tijuana.
Durante la usurpación huertista, fue comandante de Policía en Ensenada. Con
Cantú ya en el poder, a pesar de que en algún momento había tenido
fricciones con Ramírez, le otorgó el cargo de secretario del Juzgado de Primera
Instancia.
Después de
la caída de Porfirio Díaz en mayo de 1911 y del asesinato de Madero en febrero
de 1913, las dos facciones de la pequeña oligarquía ensenadense en abierta
disputa por el poder desde la llegada del coronel Vega, quedan en la orfandad.
El ala centralista de la burguesía porteña identificada con la dictadura de
Díaz, formaría el Club Bernardo Reyes —en memoria del extinto porfirista muerto
en el asalto al Palacio Nacional—, apoyando la candidatura de Félix Díaz para
la Presidencia. Sus líderes en el Distrito Norte eran Manuel Labastida que
había abandonado las filas del club Márquez de León para unirse en este nuevo
proyecto a Carlos R. Ptacnik, a Alberto V. Aldrete y otros, que sin haberse
adherido al grupo felixista de
bajacalifornianos, como el mayor Esteban Cantú, en el fondo de su corazón comulgaban con Félix Díaz y no
con Victoriano Huerta, como sí Enrique Aldrete.
Su
contraparte, el grupo federalista adheridos al Club Democrático Ensenadense,
era decir Zárate y Romero, se agazaparía un tiempo en la municipalidad de
Ensenada para luego dar el zarpazo político en 1914 y apoderarse brevemente del
control de la jefatura política.
Para
desconsuelo de los felixistas del Distrito Norte, con el pacto de la embajada
entre Lane Wilson —embajador de Estados Unidos en México— y Victoriano Huerta;
Félix Díaz, su gallo, sería mandado de embajador tan lejos de México como queda
Japón. Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, se convertiría en
presidente poco más de media hora para entregarle la banda presidencial al
usurpador Victoriano Huerta la noche del 19 de febrero de 1913.
Cuando este
suceso tomó desprevenidos a los organizadores de la campaña a favor de Félix
Díaz en el Distrito Norte, hacia solo doce días que Carlos R. Ptacnik había
entregado el cargo a José Espinoza y Ayala, que apenas el 7 de febrero había
asumido la jefatura política. En cosa de días, los felixistas del Club Bernardo
Reyes, políticamente, quedaron chiflando en la loma. Esa no había sido la
situación del preboste Esteban Cantú —enviado
a Mexicali por el maderismo— que
incluso se había dado el lujo de apoyar a los felixistas de Sonora.
Para el 15 de marzo, a un mes y días de haber tomado el cargo, Espinoza
y Ayala (febrero 7-marzo 18, 1913) solicitaba al secretario de Hacienda,
Toribio Esquivel Obregón, que impulsara ante la Cámara de Diputados un proyecto
de Ley valedero por 20 años, sobre exención parcial —en algunos casos— y reducción absoluta —en otros— de los derechos de
importación y al bulto de ciertos productos, en equidad con el ya aprobado para
el Distrito Sur.
En aquel
proyecto Espinoza y Ayala puntualizaba sobre la urgente exención de impuestos
al bulto y a derechos de importación de productos esenciales para la
subsistencia y el desarrollo económico, como eran los arados y sus partes
sueltas, guadañas y demás herramientas agrícolas; alambre y cables de hierro y
acero; colores en polvo o cristales preparados; ejes de hierro y bujes para las
carretas; lámparas para mineros, zinc en lingotes, limaduras, granalla en
estado filiforme, además, cobre, bronce y herramientas de toda clase;
ladrillos, ventanas y puertas para la construcción; madera ordinaria labrada en
tablas machihembradas; maquinaria y sus partes sueltas y refacciones para las
mismas; velas de lona para las embarcaciones, anclas con sus cadenas y,
también, anzuelos y cuerdas para pesca; harina de trigo y de otros cereales;
aceite vegetal y manteca, carnes secas, frutas, hortalizas y legumbres,
urgiendo muy especialmente la exención de pago al derecho de importación para
útiles escolares.
En su
alegato para que el Distrito Norte recibiese un trato equiparable al que había
recibido el del Sur, el jefe político Espinoza y Ayala explicaba al secretario
de Hacienda, lo siguiente:
«El Distrito Sur, como antes he
dicho, se encuentra más inmediato relativamente al resto del País, dado que
tiene comunicaciones casi diarias con todos los Estados de la Costa del
Pacífico y magnífica comunicación telegráfica e inalámbrica, mientras que este
Distrito Norte, con 9 mil 905 habitantes según el censo de 1910, se haya totalmente
aislado de la República, pues las vías de comunicación que más directamente le
ligan con ella, son marítimas y tan poco frecuentes que en nada contribuyen
para unirlo con el Centro: la única que tenemos en la actualidad es la
desempeñada por el vapor nacional “Benito Juárez”, de la Compañía Naviera del
Pacífico, de 593 toneladas brutas de registro (300 netas) el cual llega a este puerto
procedente de Mazatlán, Sinaloa, cada 20 días: la falta de competencia hace que
sus tarifas de fletes y pasajes sean tan excesivamente caros (95 pesos por pasaje y 26 pesos
por tonelada de carga de Mazatlán aquí), siendo los fletes dos terceras
partes más caros, aproximadamente, que de Europa a México».
Tres Días después del envío del oficio sobre este
proyecto de Ley —el 18 de
marzo de 1913—, José Espinoza y Ayala le cedía la estafeta al general Miguel V.
Gómez (marzo 18-septiembre 29), primer jefe político vinculado al gobierno
huertista en el Distrito Norte. Gómez, identificado con los felixistas, al
igual que Luis Emeterio Torres y José María Rangel, se cuenta entre los más
siniestros brazos ejecutores del porfiriato. En 1906, había dirigido la matanza
de la huelga obrera de Río Blanco, Veracruz. Por eso era apodado el “Tigre de
Río Blanco”. Tres años después, era jefe político de Orizaba.
Al llegar al
distrito, Gómez destituiría a Luis Álvarez Gayou, como subprefecto de Mexicali,
a raíz de una demanda interpuesta por el influyente Quong Wing, acusándole de allanamiento de morada y violación de sus
garantías individuales, dado que Álvarez
Gayou, al mando de la Policía, había irrumpido
con lujo de violencia a su residencia en búsqueda de opio y adictos a
esa sustancia, propiciando la intervención del encargado de negocios de China
en México ante Relaciones Exteriores y Gobernación, defendiendo los derechos
del ciudadano chino. Enrique Tejedor sustituyó a un Luis Álvarez puesto en chirona por un tiempo, a pesar de
que era de todos sabido que el señor Wing regenteaba un fumadero de opio. Por
lo demás, el asunto del tráfico y consumo de opio en el Distrito Norte entre
norteamericanos y chinos adquirió arraigo desde antes que Cantú asumiera el
control absoluto del gobierno territorial, a principios de 1915.
El Cantú huertista
El 26 de
marzo de 1913, Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, se alza en rebelión
contra el gobierno de la usurpación, formulando el “Plan de Guadalupe” en el
que desconoce a Victoriano Huerta como titular del Poder Ejecutivo, incluyendo
a los poderes Legislativo y Judicial así como a los gobiernos de las entidades
federativas que reconocieran a Huerta como presidente. En aquel plan Carranza
se autonombraba primer jefe del Ejército Constitucionalista. Además de José
Tomás Cantú, hermano de Esteban Cantú, entre los firmantes de dicho documento
ya aparecen dos militares con una visión política radical, como lo fueron el
coahuilense Lucio Blanco y el michoacano Francisco J. Múgica, ambos iniciadores
del reparto agrario en el norte de país, sin embargo, Emiliano Zapata ya había
hecho antes lo propio en el sur.
En la Sonora
del gobernador maderista José María Maytorena, con un ejército estatal
organizado desde el porfiriato a raíz de los levantamientos indígenas, la
revuelta contra Huerta empieza al mes de que Victoriano Huerta se
autoproclamara presidente de la República, pues en marzo de 1913, Álvaro
Obregón, recién designado jefe de la Sección de Guerra de la Secretaria de
Gobierno de aquella entidad, inicia una campaña militar contra los federales tomando
los poblados de Nogales, Cananea, Naco, para luego librar exitosamente la
batalla de Santa Rosa el 15 de mayo. Ese mismo mes, Venustiano Carranza nombra
a Álvaro Obregón como jefe del Cuerpo del Ejército del Noroeste con jurisdicción
sobre Sonora, Sinaloa, Baja California, Chihuahua y Durango.
Francisco
Villa, por lo consiguiente, siendo ayudado con dinero por el gobernador
sonorense, por esos días con tan solo 8 hombres reingresaba al país, procedente
de los Estados Unidos, para reintegrarse a la lucha revolucionaria contra el
usurpador Huerta. Para septiembre de ese año contaba con una fuerza de 9 mil
hombres, conformando su famosa División del Norte.
En ese
tiempo el joven preboste Cantú, estaba en vías de apoderarse de la situación en
Mexicali, dos años después controlaría todo el Distrito Norte. Respecto a la
relación del preboste con los subprefectos de Mexicali, sitio donde las
autoridades militar y política eran paralelas dentro de un estado de
excepción; de los cuatro que habían ocupado el cargo de jefes políticos desde
su llegada a mediados de 1911 hasta marzo de 1913 (Gallego, Ramírez, Ernesto
Ferrer, como interino, y Álvarez Gayou), por el malestar causado entre la gente
del pueblo, Cantú había tenido problemas con Julio Ramírez, que no pudiendo
meter mano en los dineros generados por la aduana porque estaba en bancarrota,
lo hiciera sobre los tres mil y tantos que la subprefectura recababa al mes de
impuestos. Al grado de que la jefatura de Hacienda de Sonora, creada por el
gobernador Maytorena, había tenido que intervenir en los gastos de manutención
de las subprefecturas de Mexicali y de Tijuana. «El que paga, manda», con esto
Maytorena ratificaba la influencia y superioridad del estado de Sonora sobre el
Distrito Norte de la Baja California. Aparte, la comandancia militar del
territorio bajacaliforniano dependía del jefe de la Primera Región Militar, y,
además, gobernador de Sonora: José María Maytorena, quien a finales de ese año
de 1913 se alejaría de Venustiano Carranza, primer jefe de la Revolución, por el surgimiento de grupos obregoncistas en ese estado.
En torno a
la Aduana Fronteriza de Mexicali, en 1913, Manuel Páez era reemplazado como administrador
por Jacinto Méndez, mientras que Alfredo S. Pardo se había hecho cargo de la de
Ensenada un año antes. Esto sucedía en un Distrito Norte donde las cosas
permanecían en relativa calma, mientras que el ejército federal huertista,
encarrilado contra los revolucionarios carrancistas y villistas, enfrentaban
una guerra civil en el país.
Por allá, en
agosto de 1913, el general Álvaro Obregón, jefe del Ejército Constitucionalista
encargado de las operaciones militares de una región en la que existía un
Distrito Norte donde había habido un reducto comulgante con los felixistas de
Sonora, envía una expedición hacia el Desierto del Colorado al mando del
coronel Luis S. Hernández, pero con tan mala pata que para septiembre eran
interceptados y derrotados por las fuerzas federales, huertistas, a cargo del
mayor Esteban Cantú, en un combate verificado en los alrededores del Río Las
Abejas, en el Valle de Mexicali. Luego de eso, Hernández y su gente
emprendieron la huida hacia el sur a través de la Península bajacaliforniana,
tratando de tomar Santa Rosalía, siendo de vuelta derrotados el 27 de octubre
del año en cuestión. De ahí no pararon hasta divisar el pueblo de Comondú, con
la intención de atravesar el golfo de California y llegar a Sonora. A
principios del año siguiente, Luis S. Hernández rendía un informe al jefe
Obregón sobre los desastrosos resultados de su azarosa aventura.
Ese mes de octubre de 1913, el general Aureliano Blanquet, Ministro de
Guerra y Marina por instrucciones de Victoriano Huerta, ascendió al mayor
Esteban Cantú al rango de teniente coronel de caballería.
Con un
Distrito Norte sumido en una grave crisis económica, el jefe político Miguel V.
Gómez que tenía pleito casado con los del Club Democrático Ensenadense,
trataría de meter mano en los dineros de la recaudación de impuestos del
municipio de Ensenada, obteniendo como respuesta un rotundo no de parte del
alcalde Zárate, amparándose en los postulados del municipio libre de cuño
maderistas. Miguel V. Gómez entonces acusaría al alcalde David Zárate y al
vicepresidente Eulogio Romero ante Gobernación de tener depositado el tesoro
municipal en bancos norteamericanos, amenazando al cabildo en pleno de
enviarlos presos hasta la Penitenciaría de la mismísima capital del país.
Finalmente,
el 29 de septiembre de 1913, por órdenes de Gobernación, el arbitrario Miguel
V. Gómez se veía obligado a dejar la jefatura política del Distrito Norte en
manos del general Francisco N. Vázquez (septiembre 29, 1913-agosto 17, 1914),
quien antes de tomar el control político comandaba al 25º batallón de infantería.
Con su reciente designación como jefe político, gracias a Victoriano Huerta, el
general Vázquez seguiría manteniendo el control de la mayor fuerza militar
dentro del Distrito Norte. Contando con el apoyo irrestricto de su hermano el
teniente coronel Juan N. Vázquez originalmente oficial de la sección de
ametralladoras del 8/º batallón, y de su secretario de Gobierno, Enrique
Aldrete.
También en octubre de 1913, en un ambiente de distanciamiento entre
Carranza y el gobernador Maytorena por la formación de los grupos obregoncistas, Rodolfo L. Gallego sale de Hermosillo,
plegado a los revolucionarios sonorenses, al mando de 175 hombres, hacia una
nueva expedición militar rumbo al Distrito Norte, con la intención de atacar la
aduana de Los Algodones y la población de Mexicali, según informe del señor
Fernando Alemán (17 de octubre de 1913), encargado del Consulado de México en
Calexico, relativo a su entrevista con el teniente coronel Esteban Cantú,
jefe del cuerpo auxiliar de caballería, acompañado del teniente coronel Agustín
Llaguno, jefe de la guarnición militar, y del teniente coronel Arnulfo
Cervantes, comandante del 25/º batallón de infantería, acerca de las
actividades revolucionarias de Rodolfo L. Gallego; informe que iba dirigido al
Inspector de Consulados en El Paso, Texas.
El 13 de
noviembre, Esteban Cantú se matrimoniaba con la guaymense Ana Dato, al día
siguiente el recién nombrado teniente coronel, comandando una unidad de
caballería, derrota a Gallego y sus hombres en un sitio ubicado en la margen
izquierda del Río Colorado, conocido como “La Islita”, en Sonora.
En el parte
militar rendido por Cantú a sus superiores, confirma un punto interesante:
«Se recogió a la Señora Margarita
Ortega que dice ser prisionera de los rebeldes [carrancistas] por magonista y sospechosa de que fuera espía del Gobierno [huertista], así como el
expresado Gallego, ha mandado a cometer varios asesinatos desde su salida de
Caborca.”
Margarita Ortega de Gortari, pertenecía a una famila acaudalada de Tecate |
El caso es que Gallego había apresado a sus excamaradas magonistas,
Natividad Cortés y Margarita Ortega de Gortari, tratando de reagrupar fuerzas
al norte de Sonora para iniciar otra revuelta. En su faceta de constitucionalista, a Cortés lo fusila
al acto, a Margarita Ortega no, la lleva consigo rumbo a Mexicali.
Por lo que expresa Cantú en su informe militar del viernes 14 de
noviembre de 1913, Margarita Ortega había sido abandonada a su suerte, y fue él
quien la vuelve hacer prisionera tras la huida, en desbandada, de Gallego y sus
hombres camino hacia Estados Unidos.
Indalecio Ballesteros era el nuevo subprefecto (de julio 17 a noviembre
de 1913) que como jefe político representaba un perfecto cero a la izquierda,
en cuanto a toma de decisiones, de cara al teniente coronel Agustín Llaguno,
jefe de la guarnición militar. El mismo
Cantú se encontraba en situación parecida a la de Ballesteros, no obstante de
haber participado −en cuatro
meses− en dos choques militares,
saliendo victorioso.
Sin embargo,
“tanto peca el que mata la vaca, como el que le agarra la pata”; Margarita
Ortega fue torturada infructuosamente para que delatara a sus compañeros
magonistas, siendo fusilada 10 días después de su
recaptura en las afueras de Mexicali.
Por esta
doble hazaña de Cantú, en enero de 1914, el gobierno huertista le colgó la
medalla “cruz del valor y abnegación”; estigma del que no ha logrado
desprenderse del todo hasta la fecha, pues se le finca parte de la
responsabilidad por el fusilamiento de Margarita Ortega. En ese tiempo, haberse
opuesto a los designios de un jefe político, autoritario, de la calaña del
general Francisco N. Vázquez, con un par de matones a su servicio de los
tamaños del teniente coronel Agustín Llaguno y del coronel Juan Lojero,
equivalía a quedar más tieso y apaleado que un santo cristo de cañajote.
Siendo el
teniente coronel Agustín Llaguno subprefecto de Mexicali de noviembre de 1913
hasta febrero de 1914; en marzo de ese año, Lojero llega a este poblado enviado
por el general Vázquez con el doble título de jefe de la guarnición militar y
subprefecto, presumiblemente con el fin de enviar al teniente coronel Cantú al
otro barrio.
Pese a ello,
Cantú se había granjeado la simpatía del general Huerta, pues al siguiente mes
de la llegada de Lojero a la subprefectura (para el 15 de abril), la dictadura
huertista, lo elevaba a rango de coronel a la edad de 34 años, ya que había
nacido el 27 de noviembre de 1880, en Linares, Nuevo León. Su
nombramiento llegó a solo tres meses de fenecer la dictadura huertista.
Sin embargo,
esto fincaba un antecedente negativo para el coronel Cantú, primero ante
Carranza, cabeza del Ejército Constitucionalista, cuyas fuerzas un poco más
adelante tumbarían a Huerta de la silla presidencial, y enseguida frente a
Álvaro Obregón que para 1920 lograría amalgamar en torno a sí al poderoso grupo
político-militar Son-Sin (Sonora-Sinaloa) que, con Abelardo L. Rodríguez,
harían del Distrito Norte un feudo político de la Sonora liberal.
En el lapso
en que los generales Miguel V. Gómez y Francisco N. Vázquez fueron jefes
políticos del Distrito Norte, entre marzo de 1913 y agosto de 1914, para Cantú
fueron días de lo más turbulentos e inseguros para su vida, a pesar de haber
sido en ese distrito territorial el mayor beneficiario del huertismo.
Esteban
Cantú un militar carismático, inteligente y sociable, con inigualables dotes de político, lo que por añadidura lo hacía
aparecer entre el grupo de oficiales, rezagos del porfiriato y del huertismo,
que llegaron junto con él al Distrito Norte, en 1911, como un potencial
candidato a ocupar algún día la jefatura política del distrito.
Un presunto
maderista que había apoyado, a la sorda, a los felixistas de Sonora, huertista
a partir de que Huerta usurpa el poder, que en tan solo siete meses pudo
ascender de mayor a coronel y hasta salir condecorado con “la cruz del valor y
abnegación” por sus méritos en dos escaramuzas militares y la captura de
Margarita Ortega. Para gente como Francisco N. Vázquez, Agustín Llaguno y Juan
Lojero, ese tipo apellidado Cantú era un oportunista nada confiable, con una
suerte por cierto digna de envidia. El ahora general Vázquez, otro de los que
había llegado al distrito en 1911, en el fondo no lo podía ver ni en pintura.
Durante el periodo huertista, Cantú atestiguó la llegada y salida de
cinco subprefectos más: Enrique Tejedor, Indalecio Ballesteros, Ernesto Ferrer —de nuevo interino—, teniente
coronel Agustín Llaguno y la del coronel Juan Lojero, quien con el grado de
capitán al servicio de Celso Vega había perpetrado múltiples asesinatos por consigna
de su ex jefe.
En noviembre
de 1913, el subprefecto Ballesteros, Trinidad Meza Salinas —juez de
Primera Instancia— y Adolfo Pecina —inspector de Emigración—, salieron como
tapón de sidra expulsados del pueblo, por andar extorsionando a
comerciantes y por usufructuar con la venta de documentos jurídicos y permisos
de internación al país. Ballesteros fue sustituido brevemente por el interino
Ernesto Ferrer. Con el teniente coronel Agustín Llaguno y con coronel Juan Lojero,
como subprefectos y jefes militares, Cantú tuvo serias dificultades.
Llaguno,
quien había participado en febrero de 1913, en la toma de La Ciudadela, bajo
las órdenes del general Gustavo Mass, era un huertista contumaz que puso a
Cantú en aprietos para disuadir al Ejército estadounidense —destacado en el campamento de Calexico— de no ingresar a Mexicali para
aprehender al teniente coronel por fusilar a dos civiles norteamericanos, que
habían venido de Calexico a Mexicali a informarse del paradero de una joven al
parecer raptada.
Con Lojero, a
Cantú habría de salirle el chirrión por el palito, fusilándole sin más trámite
a dos de sus oficiales y a un par de civiles. Al descubrir el coronel Cantú que
su homólogo Lojero quería suministrarle la misma medicina, no sin un jaloneo
previo con Lojero, en el que salieron a relucir incluso las pistolas, huyó
hacia Calexico dejando al garete a su tropa; o sea, al mismísimo cuerpo
auxiliar de caballería que había formado y que al consolidarse Cantú en el poder, pasó a
convertirse en una pieza muy importante para la conformación del rimbombante
“Batallón del Regimiento Esteban Cantú”, un cuerpo militar bien disciplinado y
elegantemente vestido que asemejaba una especie de guardia pretoriana que
servía de escolta precisamente al "Rey Sol" de la prensa
norteamericana.
Llaguno y
Lojero, enviados por Francisco N. Vázquez desde Ensenada, eran militares con
gente bajo su mando, que, como subprefectos y jefes de la guarnición de la
plaza, su fuerza militar y mando político estaban por encima de la autoridad
del hasta entonces teniente coronel Esteban Cantú, comandando un cuerpo
auxiliar de infantería. Cantú todavía no era dueño de la situación en Mexicali,
para eso estaría el villismo.
Con el
cuartelazo de Ensenada dado por el teniente coronel Fortunato Tenorio al jefe
político general Vázquez, a mediados de agosto de 1914, el coronel Lojero
siguió los pasos de Cantú, huyendo hacia Calexico, y con el fin de sembrar el
caos, no partió de Mexicali sin antes ordenar al capitán Cruz R. Villavicencio
que licenciara las tropas, dejando también al garete al destacamento y
enteramente desprotegida a la población.
Después de
eso, a petición de un pueblo apanicado, Cantú, refugiado en casa de su suegro
Pablo Dato, regresaría de Calexico para asumir el control total de la situación
política y militar de la región de Mexicali.
El Cantú villista
El 8 de
diciembre de 1913, Francisco Villa ingresaba a la ciudad de Chihuahua para
luego convertirse en gobernador de esa entidad.
En enero de
1914, expulsaría a los federales de Ojinaga, último bastión de las fuerzas
huertistas en esa región. Dos meses después, Villa iniciaba su marcha hacia el
sur, integrándose a su División generales de la talla de Felipe Ángeles, de
José Isabel Robles y de Raúl Madero. En marzo, se apoderaron de Torreón —médula
del sistema ferroviario porfirista— y en abril hicieron sucumbir al ejército
federal huertista en San Pedro de las Colonias.
Para el 21
de abril de 1914, los infantes de marina de los Estados Unidos desembarcaban en
Veracruz, tomando como pretexto la detención del barco de guerra norteamericano
“Dolphin”, en Tampico, por el ejército de Huerta, luego de que el día 9 de ese
mes aquel buque había transitado de forma deliberada por una zona prohibida
militarmente.
El pueblo
bajacaliforniano quedó atónito con la noticia del desembarco de las tropas
norteamericanas en el puerto de Veracruz y, a sabiendas de que la burra no
era arisca, la gente del Distrito Norte y los repatriados de los Estados Unidos
a México, se movilizaron presentándose para enlistarse en el Ejército en
Ensenada, Tijuana y Mexicali.
Ante aquella
situación tan delicada, a solo seis días de haber sido nombrado coronel, Cantú
desacata la autoridad del jefe político, general Vázquez, y por supuesto
la del dictador Victoriano Huerta, declarando a los periódicos “San Diego
Union” y “L. A. Times”, que, a raíz del conflicto armado entre Estados Unidos y
México, el Distrito Norte no tenía nada que ver y por lo tanto no empuñarían
las armas para batir a los norteamericanos, garantizando que toda demostración
de hostilidad de parte de los bajacalifornianos hacia la ciudadanía
estadounidense sería castigada con penas severísimas.
El
comportamiento político de Cantú en aquella ocasión desde el punto de vista
ético, moral, de ningún modo puede ser justificable. Habrían opiniones de
autores como Joseph R. Werne que hacen de Cantú garante de la no intervención
militar de Baja California por parte de Estados Unidos, en el sentido de que
desde la perspectiva de la Realpolitk, Cantú hizo lo correcto ya que estando
el país enfrascado en una guerra civil cuya seguridad nacional pendía de un
hilo, el solo hecho de batir los tambores de guerra contra los norteamericanos
desde un sitio tan tentador como la Baja California, hubiese significado tanto
como incitar a los Estados Unidos para que invadieran la región de inmediato.
Siendo así, lo más sensato hubiera sido callar y no emitir declaración alguna,
controlando el prurito defensivo de los residentes. Pero esa no era la
intención de un Cantú empecinado ya en legitimar su liderazgo para amarrar el
control absoluto del Distrito Norte. Con razón el general Vázquez, muerto de
envidia, lo quería matar.
En mayo de
1914, los federales, huertistas, volvieron a perder frente a los Dorados de
Villa en el combate de Paredón. Para el 23 de junio, Villa tomaba la plaza de
Zacatecas en contra de la voluntad de Venustiano Carranza, produciéndose dos
sucesos: la ruptura entre Carranza y Pancho Villa y el derrumbe del régimen
huertista al mes siguiente. Fueron Villa y su pléyade de agresivos generalazos
los que de plano acabaron por destartalar a las tropas del torvo Victoriano
Huerta.
A los días, Esteban Cantú, a poco más de un mes de haber sido ascendido a coronel
por el general Huerta, públicamente, exorcizaba de su alma al demonio del
huertismo, proclamándose villista, al establecer una relación de subordinación
institucional con José María Maytorena, gobernador de Sonora y jefe de la
Primera Región Militar, quien después de la muerte de Francisco I. Madero
fungió como una especie de extensión del poder de Villa en el noroeste de
México.
En tanto,
entre el 4 y 8 de julio de 1914, se llevaron a cabo en Torreón, Coahuila, una
serie de conferencias entre la División del Norte y Ejército Constitucionalista
con el fin de saldar las diferencias entre Pancho Villa y Venustiano Carranza,
en donde se agregaron varias cláusulas al Plan de Guadalupe de Carranza, de las
que cabe destacar el siguiente texto:
«Al tomar posesión el
ciudadano Primer Jefe del Ejército Constitucionalista conforme al Plan de
Guadalupe, del cargo de Presidente Interino de la República, convocará a una
Convención que tendrá por objeto discutir y fijar la fecha en que se verifiquen
las elecciones, el programa de gobierno que deberán poner en práctica los
funcionarios que resulten electos y los demás asuntos de interés nacional. La
Convención quedará integrada por delegados del Ejército Constitucionalista
nombrados en juntas de jefes militares, a razón de un delegado por cada mil
hombres de tropa. Cada delegado a la Convención acreditará su carácter por
medio de una credencial que será visada por el Jefe de la División respectiva».
Ese año de
1914, David Zárate volvió a ganar las elecciones para la presidencia municipal
de Ensenada con la misma fórmula política de siempre. Por esas fechas, la caída
inminente de Victoriano Huerta era el anticipo de un destierro anunciado; el
jefe político, general Francisco N. Vázquez, desesperado, sin dinero para pagar
el avituallamiento de la tropa y con las aduanas sin un quinto, con el
consabido malestar del ayuntamiento, se le ocurriría intervenir para agenciarse
las contribuciones generadas por las casas de juego de Mexicali y Tijuana,
dando pie a que la cloaca se destapara, recayendo sobre su humanidad el
malestar generalizado de funcionarios del municipio, de Aduanas, de
propietarios de bares, cantinas, casas de juego y de placer, acusándole públicamente
de andarles bolseando.
El general
Vázquez, corrupto y autoritario a más no poder, no las traía todas consigo con
el pueblo ensenadense e incluso ni con su propia tropa, lo aborrecían aún más
desde que había fusilado al sargento primero Salvador S. Martínez y a once
soldados en un intento de sublevación. Se daba el lujo de tener instaladas
dentro del cuartel una tienda de abarrotes y una cantina, prohibiendo a la
soldadesca realizar compras de comestibles o ir a emborracharse a otro sitio
que no fuera el suyo. En eso llegó el 15 de julio, día en que Victoriano Huerta
abandonaba la silla presidencial.
El 13 de
agosto de 1914, en el pueblo de Teoloyucan, Estado de México, se firmaban una
serie de pactos entre los representantes del Cuerpo del Ejército del Noroeste
(Álvaro Obregón, Lucio Blanco y Othón P. Blanco) y las huestes
vencidas de un huidizo Victoriano Huerta, representadas por Lauro Villar, donde
acordaron las bases y procedimiento para la rendición y disolución del ejército
federal, en este caso huertista, y obviamente este pacto también incluía a las
fuerzas estacionadas en el alejado Distrito Norte de la Baja California. Había,
pues, que licenciar a toda esa gente.
Un par de
días después, mientras el Ejército Constitucionalista ingresaba, triunfante, a
la ciudad de México, en el Distrito Norte el teniente coronel Fortunato
Tenorio, artillero experto, al mando de la compañía fija (100 hombres) de Ensenada, operación que se antoja imposible de
realizar sin el apoyo de los demás miembros del 25/º batallón de infantería
destacado en la guarnición de Ensenada, daban un cuartelazo a su jefe militar,
al general Francisco N. Vázquez, apresando de paso a su hermano Juan N.
Vázquez. Enseguida, Fortunato Tenorio, en lo político, hacía entrega al alcalde
David Zárate de la jefatura política a título provisional, puesto que desempeñó
de agosto 17 a septiembre 17 de 1914.
Respecto a
su afiliación como revolucionario, en una carta de Adolfo Carrillo —cónsul de
México en Los Angeles, Cal. —, dirigida a Venustiano Carranza, primer jefe del
Ejército Constitucionalista, un año después del cuartelazo, da cuenta del ánimo
del teniente coronel Tenorio para integrarse al carrancismo y no al villismo,
cuando por esas fechas ya estaba luchando en Sonora pero del lado del villismo-maytorenista:
«Cuando el Teniente Coronel
Fortunato Tenorio, de las fuerzas ex-federales que allí quedaron rezagadas, dio
un cuartelazo en Ensenada aprehendiendo al General Francisco Vázquez, a la
sazón Jefe político del Distrito Norte, aquél nos comunicó el hecho pidiéndonos
que se informara a usted de que se ponía a las órdenes del Gobierno
Constitucionalista, dignamente representado por usted. Después, el Jefe
Político provisional, señor David Zárate, me envió una comunicación muy extensa
en que narraba los sucesos que motivaron el golpe de Tenorio, y se ofrecía
también a las órdenes de usted».
Arturo Guajardo |
En lo que
Francisco N. Vázquez, acompañado de su hermano el teniente coronel Juan N.
Vázquez, estaban presos en Ensenada en espera de ser remitidos a la cárcel
militar de Mazatlán; una oleada de exfuncionarios federales y gente vinculada a
la dictadura del general Huerta, en Sonora, en calidad de autoexiliados,
llegaron a Mexicali, entre los que venían los abogados neoloneses Carlos Robles
Linares, Arturo Guajardo y su hermano José F. Guajardo. De origen, los Guajardo procedían de Apodaca, Nuevo León.
Ese mes de
agosto de 1914, el Distrito Norte con un civil como jefe político en Ensenada,
sin mando militar e impuesto a la de mientras, y para acabar de
descomponer el cuadro con un Mexicali desguarnecido; Enrique V. Anaya (ex
cónsul de México en Tucson, Arizona), llega a Calexico a reclamar el
mando político y militar del distrito, trayendo consigo un presunto
nombramiento expedido por el gobierno carrancista. Su reclamo estuvo avalado
por Walter Bowker, gerente de la California-Mexico Land and Cattle Co., basado
en que desde el pasado julio 20, Anaya le había dado cuenta, a través de una
misiva hecha con papel membretado y todo, de tamaño fraude. ¿O Walter Bowker
era conmovedoramente estúpido, o, imputando tal cosa a los bajacalifornianos,
en aquella ocasión trataría de aprovecharse del caos político, queriendo
pasarse de listo, al validar a un impostor para obtener el control
político-militar de aquel alejado distrito territorial?
No obstante, Enrique V. Anaya con su absurda pretensión jamás representó
un peligro real para Esteban Cantú, como sí el villista Baltasar Avilés poco
después de su salida como jefe político, puesto que el villista sí llegó a
contar con el apoyo abierto de Harry Chandler y su suegro Harrison Gray Otis,
patrones de Walter Bowker, para
retomar la jefatura política. Bowker
aborrecía tanto a Cantú, como éste al magonismo y a Álvaro Obregón.
Para el 20 de agosto, Venustiano Carranza ya estaba instalando en la
capital del país a un inestable primer gobierno constitucionalista. Estando el
país sumido en una guerra civil, ese año de 1914 ocurrieron dos acontecimientos
importantes que repercutirían tiempo después a favor de Esteban Cantú en su
ejercicio autonómico del poder dentro del Distrito Norte: el inicio de la
Primera Guerra Mundial del Siglo XX, y la promulgación en Estados Unidos del
Acta Harrison de Narcóticos que controlaba la producción, manufacturación,
distribución del opio medicinal y sus derivados y también de la cocaína,
declarando como ilegal la posesión de cualquier tipo de sustancia vinculada a
estas drogas. No puede haber tráfico de enervantes con pingües ganancias, sin
que el Estado antes haga su parte, tipificando como ilegal la posesión y el uso
de drogas.
En
septiembre de 1914, Sonora estaba dividida en dos facciones políticas: los
villistas del general José María Maytorena y los carrancistas de los generales
Obregón y Calles, habiendo éstos nombrando antes al general Benjamín G. Hill
como gobernador: Sonora, pues, tenía dos gobernadores. No obstante, el gobierno
estatal y la Primera Región Militar, de la cual dependía la comandancia del
Distrito Norte, estaban bajo el dominio político-militar de Maytorena,
identificado con el villismo.
Es por tal
razón que para sustituir a David Zárate en el cargo de jefe político del
distrito se pensó en un villista, en el mayor Baltasar Avilés, cuya misión
inicial era procurar el desplazamiento de los ex federales, porfiriano-huertistas,
aún rezagados en el entorno peninsular, lo cual era lógico deducir que un
asunto como ese no representaría mayor problema si Ensenada y Mexicali estaban
bajo control militar de dos presuntos villistas Fortunato Tenorio y Esteban
Cantú.
Baltasar Avilés jefe político villista
Baltasar Avilés |
Dos días más
tarde de que los hermanos Juan y Francisco N. Vázquez fueron remitidos de
Ensenada a la cárcel militar de Mazatlán en calidad de prisioneros, el 11 de
septiembre de 1914, el mayor Baltasar Avilés, con el cargo de jefe político en
el bolsillo, a nombre de la División del Norte, se reunía en Calexico con el
coronel Esteban Cantú, jefe de la guarnición militar de Mexicali, y con el
teniente coronel Fortunato Tenorio, con cargo homólogo al de Cantú pero en
Ensenada, con el fin de sellar el siguiente Pacto:
«PACTO celebrado
entre los señores Mayor Baltasar Avilés como representante de la División del
Norte de las fuerzas constitucionalistas al mando del señor General don
Francisco Villa, por una parte, y por la otra, los señores Coronel don Esteban
Cantú, como representante de la guarnición de Mexicali y Teniente Coronel
Fortunato Tenorio como representante de la Guarnición de Ensenada y los
destacamentos de Tijuana y Tecate, todos del Distrito Norte del Territorio de
la Baja California, de la República Mexicana».
«A los once días del mes de
septiembre de 1914, ante los infrascritos testigos, comparecieron por una
parte, el señor Mayor don Baltasar Avilés, casado de treinta y tres años de
edad, originario de Huasabas, del Estado de Sinaloa, vecino últimamente de
Guaymas del Estado de Sonora, actualmente en esta Ciudad en su carácter de representante
de la División del Norte, de las fuerzas constitucionalistas, delegado al efecto
por el señor Gobernador del Estado de Sonora, don José María Maytorena, quien
fue autorizado especialmente para que nombrara dicha persona por el señor
General don Francisco Villa, como Jefe principal de la aludida División, según
lo comprueban los documentos que se presentan y se da fe tener a la vista; y
por la otra los señores coronel don Esteban Cantú, como representante de la
guarnición de Mexicali y Teniente Coronel don Fortunato Tenorio, como
representante de la guarnición de Ensenada comprendiéndose los destacamentos de
Tecate y Tijuana de este mismo Territorio, y cuyas guarniciones legalmente las
representan y que todos los comparecientes tienen capacidad conforme a la ley
para contratar y obligarse; y bien enterados del objeto de su reunión, todos de
común acuerdo, dijeron: que anhelando la más completa paz en toda la República,
principal base para el engrandecimiento de la Patria y en atención a
que......por el presente pacto nos unimos solemnemente a la citada División,
bajo las mismas aspiraciones, bajo los mismos ideales de justicia y con arreglo
a las siguientes bases»:
«Primera. Las guarniciones
referidas representadas respectivamente por los señores coronel Esteban Cantú y
Teniente Coronel don Fortunato Tenorio y compuestas de los jefes, oficiales y
tropa que consta en la lista que se adjunta, en vista de las razones apuntadas
anteriormente, se unen desde este momento a las fuerzas constitucionalistas de
la División del Norte representadas en este acto por el señor Mayor don Baltasar
Avilés».
«Segunda. Las guarniciones dichas
seguirán operando en los lugares donde se encuentran actualmente bajo las
inmediatas órdenes del Jefe de la División del Norte de las fuerzas
constitucionalistas, procurando que siga imperando la paz que felizmente se
goza en esta región; en la inteligencia de que mientras no llegue a
establecerse un Gobierno Constitucionalista en la República no podrá ser
removido ninguno de los miembros que forman dichas guarniciones».
«Tercera. El señor Mayor Baltasar
Avilés, como representante de la expresada División, acepta con gusto la unión
de las guarniciones de referencia y con la misma dicha representación y en
virtud de las facultades que tiene, reconoce desde este momento todos los
empleos y grados que tienen cada una de las personas que forman las expresadas
guarniciones, las cuales seguirán permaneciendo en los lugares que actualmente
ocupan, en las condiciones dichas y bajo las órdenes de la citada División».
«Cuarta. El mismo señor Mayor don
Baltasar Avilés en su carácter expresado, manifiesta que el Comandante Militar
que debe fungir en el Distrito Norte de este Territorio será nombrado por el
jefe de la mencionada División de entre los miembros que forman las repetidas
guarniciones, y para el efecto, ya propone a la persona que debe desempeñar
dicho cargo; bajo el concepto de que la Comandancia Militar podrá residir ya en
esta Ciudad o en la de Ensenada, según lo exija la naturaleza de los negocios».
«Quinta. Las guarniciones
referidas por conducto de sus respectivos representantes, reconocen desde este
momento al señor Mayor don Baltasar Avilés como Jefe Político de la parte norte
de este Territorio, como nombrado por la dicha División del Norte por conducto
del señor Gobernador del Estado de Sonora don José María Maytorena; obligándose
dichas guarniciones a apoyar los procedimientos del dicho señor Jefe Político,
quien tiene facultades para nombrar todas las demás Autoridades y empleados
civiles subalternos del ramo que fueren, previa aprobación del señor Gobernador
del Estado, como delegado por el Jefe de la División del Norte mientras llega a
establecerse un Gobierno Constitucional en la República. Bajo las anteriores
bases y razones que quedan asentadas se celebró solemnemente el presente PACTO
y previa lectura, bien impuestas de su contenido las partes que intervinieron,
lo ratificaron y firmaron de entera conformidad, ante los testigos que también
firmamos, libres de toda excepción y vecinos de ésta».
«Damos Fe.- Coronel Esteban
Cantú. B. Avilés. Tte. Corl. Fortunato Tenorio. Testigo:
Lic. José F. Guajardo. Testigo: Doctor Ignacio Roel».
Este pacto
firmado en Mexicali entre el nuevo jefe político y los dos hombres fuertes del
Distrito Norte, en presencia del general Felipe Ángeles, y festejado al día
siguiente en casa de Walter Bowker, en Calexico, acompañado del general
retirado B. J. Viljoen, se asegura, primero, de que las fuerzas ex federales
pasen a formar parte de la División del Norte, después se encarga de advertir
la posible designación del coronel Cantú como comandante militar del entorno
norbajacaliforniano, al admitir en la cuarta cláusula del acuerdo “que la
Comandancia Militar podrá residir ya en esta Ciudad o en la de Ensenada, según
lo exija la naturaleza de los negocios”; día
en que muy probablemente Cantú tuvo oportunidad de acabar de amarrar con Ángeles
su posterior designación (25 de septiembre) como comandante, villista, de las
fuerzas armadas del distrito, dado que dos días antes de esa fecha, el día 23,
los villistas-maytorenistas rompieron definitivamente con el
carrancismo.
Sin pensarlo
mucho, con esta designación Esteban Cantú se lanzó de bruces en brazos del
villismo, a pesar de que su hermano José Tomás Cantú, un oficial
constitucionalista (pero también un informante vital para la sobrevivencia del régimen cantuista), se contaba entre la gente cercana a Venustiano Carranza y
llegó a formar parte de su estado mayor.
El general
Francisco Villa al igual que lo hiciera Madero en 1912, en que le dio a Carlos
R. Ptanick Terrazas la jefatura política, dividiendo el mando militar entre las
guarniciones de Mexicali, Tijuana y Ensenada. En esta ocasión, Villa le dio a
Cantú el nombramiento de jefe militar, otorgandándole a Avilés el mando
político dentro del Distrito Norte.
Pero, ¿por
qué Villa le otorga a Esteban Cantú el mando militar de aquel alejado
distrito territorial y no a Fortunato Tenorio quien aparte de haber
estado plenamente identificado con el movimiento revolucionario, en ese momento
tenía bajo sus órdenes a la guarnición de Ensenada compuesta de los
destacamentos de Tijuana y Tecate, la compañía fija, al 25/º batallón de infantería
y los rezagos que quedaron en el distrito de la sección de ametralladoras del
8/º batallón; mientras que Cantú solo contaba con la gente de la guarnición de
Mexicali y su cuerpo auxiliar de caballería?
Que se sepa,
Fortunato Tenorio, no tenía un vínculo personal con Maytorena, en ese tiempo gobernando
Sonora y comandando aún la Primera Región Militar, Cantú sí. Ese desconocido
que había sido capaz de obtener el apoyo de la ciudadanía, del cabildo
ensenadense y de las fuerzas rezagadas de ex federales dentro del distrito para
orquestar exitosamente un cuartelazo, podía representar un peligro para el
villismo en la zona. Bien hubiera podido plegarse a favor del Ejército Constitucionalista o en el peor de
los casos anexionar el Distrito Norte de la Baja California a los Estados Unidos.
Respecto a eso, con Cantú ni al caso.
Ese 11 de
septiembre en que se firmó ese pacto en Mexicali, entre el nuevo jefe político,
mayor Baltasar Avilés, y los jefes militares teniente coronel Fortunato Tenorio
y el coronel Esteban Cantú, este último y Avilés tuvieron la oportunidad de
fraguar con el general Felipe Ángeles, quien atestiguó aquel pacto de honor de
parte del villismo, la salida definitiva de Fortunato Tenorio del Distrito
Norte, si damos como válida la carta de éste, ya en calidad de coronel, enviada
desde San Diego, California, a Venustiano Carranza, justo dos años después de
su cuartelazo de Ensenada, en cuyo párrafo once expresa lo siguiente:
«El Distrito Norte de la Baja
California, como yo, estábamos ignorantes de las profundas escisiones
existentes por aquella época en el seno de la revolución constitucionalista, no
así Esteban Cantú, quien de acuerdo con Avilés y el entonces Gobernador de
Sonora, José María Maytorena, trataron la mejor manera de arrojarme engañosamente
de la Baja California con fines ulteriores, explotando mi entusiasmo por la causa
de la revolución, y fui enviado a Sonora; cayendo después prisionero, fui
indultado por el señor General Diéguez en diciembre [1915] del año próximo pasado, por lo cual, por gratitud y un profundo
convencimiento lucho y lucharé por el Gobierno Constitucionalista».
Fortunato
Tenorio y la compañía fija, abordaron en Ensenada el vapor “Mazatlán” rumbo a
Sonora, poco después de la firma del “Pacto de Mexicali”.
Para el 1 de
octubre de 1914, mientras Venustiano Carranza, como máximo líder del Ejército
Constitucionalista, convocaba a una gran convención de jefes militares con
mando de fuerzas y gobernadores de los estados, llevada a cabo en la ciudad de
Aguascalientes, el coronel
Fortunato Tenorio, como villista-maytorenista, cañoneaba a las fuerzas del coronel
Plutarco Elías Calles, acorralado en la batalla de Naco, Sonora, sede de la
jefatura de operaciones militares del Ejército Constitucionalista a cargo del
general Benjamín G. Hill.
Con sobrada
fama de buen artillero, el coronel Fortunato Tenorio a punta de cañonazos
detiene por 23 días el avance, de Guaymas a Hermosillo, de las huestes del
general Manuel M. Diéguez, quien finalmente lo hace prisionero y en vez de
fusilarlo, le indulta. Respecto a la inserción de Tenorio en la filas del
ejército constitucionalista, ¿qué tanto pudo haber influido la carta de Adolfo
Carrillo, cónsul de México en la ciudad de Los Ángeles, dirigida a Venustiano
Carranza meses antes, en la que el diplomático da fe de la voluntad de Tenorio
por adherirse al Ejército Constitucionalista?
El coronel
Fortunato Tenorio se integró al Cuerpo del Ejército del Noroeste y, en 1920, estaba en Veracruz bajo
órdenes directas del general Álvaro Obregón.
Con la
partida en septiembre de 1914 de Fortunato Tenorio y su gente, se cumplimentaba
la primera etapa de desplazamiento de fuerzas ex federales acantonadas en el
Distrito Norte. Sin embargo, con su salida la diferencia entre la correlación
de fuerzas de combate del jefe político, Baltasar Avilés, y las del comandante
militar, Esteban Cantú, era significativa.
Teóricamente
Avilés contaba con una fuerza militar de 250 soldados (150 hombres al mando del
mayor Miguel Santacruz, y los destacamentos de Tijuana y Tecate, al mando del
teniente coronel Justino Mendieta, como jefe de sector, y del mayor Miguel
Carmona, con 50 hombres cada uno), mientras que el coronel Esteban Cantú, como
comandante militar del distrito, manejaba a su libre arbitrio al 25/º batallón
de infantería, comandado por el teniente coronel Arnulfo Cervantes, y su
cada vez mejor conformado cuerpo auxiliar de infantería. Estamos hablando de
más de 500 hombres.
Frente a
este desequilibrio de fuerzas militares entre el jefe político y el militar, un
segundo envío a Sonora de ex federales rezagados era inminente. La orden,
proveniente del gobierno convencionalista, de movilizar al 25/º batallón hacia Guaymas,
llegó dos meses después de la salida de Fortunato Tenorio de Ensenada.
En
cumplimiento a una de las premisas más importantes de las Conferencias de
Torreón de julio pasado, como era zanjar las disputas entre villistas,
carrancistas y zapatistas, los principales líderes de la revolución iniciaron
la Convención de Aguascalientes el día 10 de octubre de 1914, en el Teatro
Morelos de esa ciudad.
Por el
Distrito Sur de Baja California, con anuencia de Villa y de Maytorena, el
comité organizador de aquella junta histórica, invitó al villista Félix Ortega
Aguilar, jefe de operaciones militares, y por el ámbito político, acudió Miguel
L. Cornejo, gobernador identificado con el carrancismo, a participar en aquella
mesa de acuerdos fundamentales; en cuanto al Distrito Norte, como delegado de
la parte militar, convocaron al coronel Esteban Cantú, no convidando a Baltasar
Avilés, como jefe político del territorio norbajacaliforniano. Cual sea, Cantú
no acudió a la cita porque estaba muy entretenido fraguando el golpe final que
a la postre le llevaría a apoderarse del Distrito Norte.
Baltasar
Avilés, como jefe político, ni en cuenta para los convencionalistas. Su gobierno solo sobreviviría
dos meses y fracción.
En un lapso
muy breve (de septiembre 17 a noviembre 30), el mayor Baltasar Avilés se
adjudicó una serie de decisiones políticas de alto impacto: Anulando la
derogación a la franquicia de zona libre, implantada, el 1 de julio de 1905,
por José Ives Limantour —secretario de Hacienda del porfiriato—, al autorizar
la libre importación de productos esenciales para la subsistencia y el desarrollo
económico de la población, liberando a los pescadores connacionales de
cualquier pago a concesionarios (a Aurelio Sandoval) por pescar en aguas
mexicanas, al tiempo que imponía altas cuotas a la pesca realizada por empresas
extranjeras en mares territoriales.
Si bien el
porfirista Celso Vega, en 1904, había realizado ante Gobernación el trámite de
la división jurisdiccional entre las secciones municipales de Los Algodones y
Mexicali, y en 1905 había hecho de Mexicali una subprefectura; el 4 de
noviembre de 1914, el mayor Baltasar Avilés con afán de superar la huella de su
nefasto antecesor y de paso reforzar su liderazgo político encarando al del
coronel Esteban Cantú, expidió el decreto siguiente:
«BALTASAR AVILES, Jefe Político
del Distrito Norte de la Baja California, en uso de las amplias facultades de
que me hallo investido por el Jefe Supremo de la División del Norte, General
Don Francisco Villa, las que me han sido comunicadas por conducto del C.
Gobernador Constitucional de Sonora, Don José María Maytorena, he tenido a bien
decretar lo siguiente»:
«PRIMERO.- Se erige en
Municipalidad, correspondiente a este Distrito Norte de la Baja California, la
hasta hoy conocida por sección de Mexicali».
A esta
cláusula le siguen otras cuatro más. Aquel documento histórico queda rubricado
con el lema constitucionalista de CONSTITUCIÓN Y REFORMAS, lo firman Baltasar
Avilés y Ernesto Ferrer, como jefe político −uno− y como secretario de gobierno
−el otro−. Con este decreto, el villismo creaba el municipio de Mexicali, el
segundo dentro del Distrito Norte después de Ensenada.
A esta
acción que legitimaba la autoridad del jefe político sobre la del jefe
militar; el mayor Baltasar Avilés emprendería un siguiente paso dentro de una
jurisdicción considerada por el coronel Cantú como la médula espinal de sus
dominios, al dar el banderazo de salida para organizar y llevar a cabo las
primeras elecciones municipales de Mexicali el primer domingo de diciembre, estableciendo
en la convocatoria que el cómputo de votos y la declaración de ciudadanos
electos se llevarían a cabo, respectivamente, el cuarto domingo de ese mismo
mes.
En plena
rivalidad con Baltasar Avilés por el control político y financiero, el jefe
militar Esteban Cantú no quiso quedarse atrás y, en noviembre de 1914, desde
Mexicali decretaba la anulación del Timbre Fiscal de la Federación, de origen
porfiriano, ley expedida en 1906, sustituyéndoles dentro del Distrito Norte por
las estampillas de la Renta Federal del Timbre expedidas por al gobierno convencionalista.
La Convención de Aguascalientes
Los trabajos
de la Convención se celebraron a partir del 10 de octubre hasta el 9 de
noviembre de ese año de 1914.
A la media
noche del 31 de octubre, los miembros de la asamblea de la Convención Nacional
Revolucionaria, cesan de sus funciones a Venustiano Carranza como primer jefe
del Ejército Constitucionalista y también al general Francisco Villa como jefe
de la División del Norte. Al día siguiente el general Eulalio Gutiérrez es
electo como presidente de la República. Tres días después, Baltasar Avilés, en
el Distrito Norte, decretaba la constitución del municipio de Mexicali.
Eulalio
Gutiérrez toma posesión del cargo de presidente el 6 de noviembre y nombra como
ministro de Guerra y Marina al general villista José Isabel Robles. Poco
después designa al general Francisco Villa como jefe de operaciones militares
de la Convención Nacional Revolucionaria. Al final el villismo acabaría por
imponer sus reales dentro de aquella histórica rebatiña por el poder entre
caudillos revolucionarios.
Si en
Sonora, los villista reconocían como gobernador al general Maytorena, en tanto
los constitucionalistas identificaban como tal al general Hill; acabada la
Convención de Aguascalientes, con Eulalio Gutiérrez y Venustiano Carranza el
país amanecía con dos presidentes desconociéndose recíprocamente.
El neolonés
se apresura a jurar lealtad al presidente convencionalista y no a
Carranza, y al parecer es Eulalio Gutiérrez el primero en otorgarle al coronel
Esteban Cantú el reconocimiento como jefe político y militar del Distrito
Norte, si atendemos lo expresado por el coronel Fortunato Tenorio en su carta
dirigida a Venustiano Carranza, el 15 de agosto de 1916, desde el Hotel
Browster de San Diego, California, en la que da luces respecto al episodio
relacionado con esta designación:
«Hecho Cantú Jefe Político por
nombramiento del General Eulalio Gutiérrez, desconoció a Avilés, siendo desde
entonces cuando empezó a desarrollar su política reaccionaria, pues se rodeó de
connotados elementos científicos, como son los Guajardo [Arturo y José, oriundos de Nuevo
León], Francisco Terrazas (de Chihuahua), Licenciado [Manuel] Luján [agente confidencial del
orozquismo en Washington] del
mismo Estado, Aceves, ex secretario particular de Enrique Creel [gobernador de Chihuahua, de
1907 a 1911], Ing. Gonzalo Garita, Aurelio Sandoval [concesionario de pesca en el
Distrito Norte desde la época de Porfirio Díaz] y otros muchos a los cuales
la revolución debe castigar».
Posible
nombramiento que, a finales de noviembre de 1914, vino acompañado de la orden
dirigida al jefe político Avilés, proveniente de la jefatura de operaciones
militares del gobierno convencionalista, de desplazar a las fuerzas
militares de ex federales rezagados en el distrito desde la revuelta magonista
de 1911; movilización de tropas que solo podía afectar al 25/º batallón de
infantería bajo la férula, en Mexicali, del coronel Esteban Cantú; de
haber obedecido esta orden, el jefe militar se hubiera quedado en el desierto a
cargo solamente del cuerpo auxiliar de infantería (fuerzas irregulares
destacadas como cuerpo policial), aislado de la costa, sede del poder político,
comandando una fuerza de ataque ya no superior a la que podría disponer el jefe
político, en Ensenada, Tecate y Tijuana en determinado momento.
Avilés, para
su infortunio, era portador de una orden inaceptable porque contravenía los
planes trazados por Cantú, en plena connivencia con una pequeña oligarquía
local, asentada en una zona económica que ya se había convertido en el eje
financiero de aquel lejano territorio federal, capaz de patrocinar, en
Mexicali, a un pequeño ejército privado en aras de conquistar para sí el
Distrito Norte.
Si la
revolución pagaba a la tropa con bilimbiques;
Cantú en el Distrito Norte pagaba a su gente con oro o en dólares, así fuesen
“prestados”. Aquí es perfectamente aplicable la máxima aquella de Jacinto Benavente: “Para salir adelante con todo,
mejor que crear afectos, es crear intereses”.
La historia cuenta que el 25 de noviembre, por órdenes del gobierno convencionalista, en el vapor “Manuel R. Díaz” —popularmente
conocido como el “Erredíaz” o "Herrerías", como era reconocido entre paceños— zarpó el 25/º batallón de infantería, yendo de
Ensenada con destino a Guaymas, Sonora. Eran cientos de soldados a cargo de una
oficialidad huertista-felixista que luego de tres años de haber
llegado a Mexicali a enfrentar una apagada revuelta magonista, se habían
quedado como estacionados en el tiempo en el rincón más apartado de un país
envuelto en una cruenta guerra que a ellos, con la relativa calma que se vivía
en el Distrito Norte, la revolución ni les iba ni les venía.
Llegado el derrocamiento del general Huerta en medio del natural
aislamiento peninsular, a finales de 1914 las cosas cambiaron sustancialmente
para los ex oficiales federales refugiados en esta región, viéndose obligados a
pactar su rendición y posterior desplazamiento con el villismo-maytorenista, hasta ese momento facción
dominante entre los revolucionarios sonorenses, cuya ala carrancista (los
constitucionalistas de Obregón y Calles) ya habían sido derrotados por Cantú en
cuanto asomaron las narices por el Distrito Norte, en los choques de Las Abejas
y La Islita, en el Valle de Mexicali y San Luis.
Dos días después de haber partido el 25/º batallón de Ensenada en aquel
buque de vapor, hasta se presta a cuento decirlo, por lo increíble del trance
que dijeron vivir aquellos milicianos yendo a Guaymas y topar con un carguero
norteamericano, cuyo capitán, un extranjero —al parecer al tanto de
las operaciones militares a punto de realizarse— informa a los oficiales cantuistas,
encaramados en el “Erredíaz” que habían divisado venir en Bahía Magdalena al
cañonero “General Vicente Guerrero”, en son de guerra hacia Ensenada; buque de
guerra que —¡Oh diantres! — jamás en la vida los ensenadenses lo volvieron a
ver anclado en su muelle, ya que seis años más tarde, el 5 de agosto de 1920,
cuando apenas iba hacer acto de aparición en tal lugar, siempre no lo hizo
porque encalló en Mazatlán, dejando colgado de la brocha al general
Abelardo L. Rodríguez y su fuerza expedicionaria, esperando ir al Distrito
Norte a combatir a Cantú y su guardia pretoriana compuesta, a esas alturas, de
unos 1 700 hombres.
Sobre aquellos oficiales cantuistas del 25/º batallón que, a finales
de 1914, partieron de Ensenada, aún no se sabe bien a bien por qué regresaron
cuatro días más tarde, si a causa del pánico producido por la idea de tener que
involucrarse en una guerra fratricida que, como ex federales huertistas, no era
la suya, sino un pleito entre villistas y carrancistas de Sonora; o fue más que suficiente imaginarse que, por huertistas, llegando llegando a Guaymas los
fusilarían como a viles perros; pero, quién quita y actuaron como actuaron solo
para cumplimentar una falsa retirada y dar un cuartelazo al jefe político
Baltasar Avilés en Ensenada, sede del poder distrital; ya que Mexicali, base de
la comandancia militar del distrito, estaba bajo control absoluto del coronel
Cantú.
El caso es que para el día 29, los soldados que habían marchado en aquel
buque de vapor hacía el estado vecino, estaban de vuelta tratando de
desembarcar para negociar su regreso, mediante una comisión de oficiales, a un
Distrito Norte convertido en el paraíso de los proscritos de la revolución:
porfiristas, felixistas, huertistas y poco más delante hasta de villistas.
En medio de una encrucijada personal, argumentando desacato a órdenes
superiores, el jefe político Baltasar Avilés hizo prisioneros al teniente
coronel Arnulfo Cervantes, comandante del 25/º batallón de infantería, a los
dos Hipólitos, a Jáuregui y a Barranco, el primero era coronel y el segundo
teniente coronel, al mayor José L. Escudero y al capitán 1º de Marina Agustín
Monsalve, comisionado por los maytorenistas para el traslado de esa tropa a
Guaymas.
Al tomar nota los capitanes segundos Rafael Liévano y Martiniano Sánchez,
los tenientes Juan Fuentes y Manuel I. Aguilar, y los subtenientes Felipe Ramos
y Juan Julio Dunn Legaspy, de que sus jefes inmediatos estaban prisioneros y de
que el mayor Miguel Santacruz y sus 150 hombres estaban apostados a lo
largo de la playa con la clara intención de impedir cualquier desembarco de la
gente a bordo del “Erredíaz”, amenazaron al jefe político Avilés con no dejar
títeres con cabeza en la inevitable toma de aquella plaza.
Al anochecer 100 hombres del “Erredíaz”,
yendo al acecho, desembarcaban en Punta Banda, a 15 km. al sur de Ensenada, en
tanto el resto partía en el barco de regreso al muelle del que habían partido
horas antes. Signo inequívoco para las fuerzas al mando del mayor Miguel
Santacruz, pertrechadas en la playa, que iban a ser atacados en la madrugada
por detrás y por delante en una especie de acción envolvente venida por mar y
tierra.
Baltasar Avilés y sus compinches, sabedores de que en vez de guerrear lo
que más querían era seguir viviendo en San Diego, entonces ¿por qué no hacerlo
de la mejor manera?: «Llevémonos los 50 mil pesos oro de las oficinas públicas
de Ensenada, cargando con los soldados parapetados en la playa para que nos
resguarden, y de ser necesario negociar nuestra vida por la de otros, llevémonos,
a suerte de rehenes, a los oficiales del 25/º batallón recientemente presos.»
No conformes, camino a Tijuana, también jalaron con José María Coronel,
administrador de la oficina del Timbre y hasta con el pagador general del
distrito; en lo que Justino Mendieta, jefe del sector militar tijuanense, al
percatarse que su destacamento de 50 hombres poco tenían que hacer frente a los
150 que comandaba Santacruz, mejor se hizo a un lado; llegando al poblado fronterizo
de Tijuana, Baltasar Avilés en compañía de Jerónimo
Sandoval y Francisco Ayón, hicieron lo mismo que
en Ensenada, vaciaron la caja de caudales del gobierno local, obteniendo 20 mil
pesos adicionales para luego cruzar la línea, disimulados, e ir a San Diego,
California, donde residían desde su llegada al Distrito Norte. Sandoval incluso llegó a ser
cónsul de México en San Diego.
Entre la
confusión del poblado, el desorden institucional y un ondear de banderas
blancas, pidiendo esquina, el 25/º batallón desembarcó en Ensenada sin disparar
una sola bala. En el punto número
tres del parte rendido en relación a estos acontecimientos, en este asunto del
cuartelazo se atisba claro que la cosa no iba en contra de nadie más que no
fuese el jefe político:
«Una vez
efectuado el desembarco, por conducto del
Jefe del Sector Tijuana [Justino
Mendieta], [nos] ponemos a las órdenes del C. Coronel
Esteban Cantú, Comandante Militar del Territorio, que reside en Mexicali».
En seguida,
el teniente Juan Fuentes partió de Ensenada persiguiendo al
huidizo Avilés y sus lugartenientes. Fuentes era
un tipo que había participado en el golpe militar huertista contra Madero.
En eso, los
dos grupos políticos de Ensenada por tradición antagonistas, movilizaron
influencias para sustituir al depuesto jefe político; Adolfo Labastida, hermano del ex
alcalde Manuel Labastida, desde octubre andaba de viaje por México y Veracruz
zanqueando a Carranza y a Obregón, y fue hasta diciembre que por fin pudo
contactar con el último, proponiendo al agente aduanal Enrique B. Cota, como
jefe político.
Aprovechando
la coyuntura, el general Obregón, gustoso, dio el visto bueno pero sin brindar
el apoyo requerido para llevar a cabo tal proeza; por su parte, Juan B. Uribe,
de la facción adueñada de la presidencia municipal de Ensenada, en una acción
distractora acusaba públicamente al coronel Cantú de tratar de dar un
cuartelazo para imponer a sus amigotes en la alcaldía ensenadense, dando chanza
a que David Zárate, el presidente municipal, les comiera el mandado a los
antiguos felixistas y al propio Cantú, sustituyendo en la jefatura política al
perdidizo Baltasar Avilés para el 30 de noviembre. Ernesto Ferrer siguió en la
posición de secretario de gobierno que tenía desde antes. En solo un año,
Zárate, impulsado mayormente por su oportunismo político que por la decisión de
la ciudadanía, por segunda ocasión ocupaba el poder en el Distrito Norte.
Con el jefe
Avilés en San Diego, adueñado de la plaza militar y en posesión de los rehenes
junto al jefe de sector Justino Mendieta, el mayor Miguel Santacruz, sin otro
fin que perseguir que no fuese ver por su suerte canalla, arengó entre la
soldadesca para que se sublevaran, exigiendo el pago de salarios al jefe
político David Zárate, al tiempo que entablaba negociaciones con Justino Mendieta
proclive a Cantú. Mientras tanto, el coronel Esteban Cantú, jefe militar del
distrito, al mando de un fuerte dispositivo militar, salía de Mexicali con una
talega de dinero y la mejor disposición de salvar la vida de sus amigos presos:
¿Dólares o plomo?
El coronel
Hipólito Jáuregui y Esteban
Cantú eran amiguísimos. Habían llegado juntos al Distrito Norte, a mediados de
1911, como parte de la Columna de Operaciones comandado por el general Manuel
Gordillo Escudero. Habiéndose desplazado el resto de la Columna hacia Ensenada
con el nuevo comandante militar, Jáuregui, como médico
quedó dentro de las filas del 25/º batallón con base en Mexicali; aun habiendo
sido un militar de mayor jerarquía que el hombre de Linares, Nuevo León,
siempre permaneció a su lado en las buenas y en las malas.
Los coroneles Jáuregui, Cantú y Mendieta, a quien Cantú más delante le
otorgase tal distinción, fueron los militares de mayor rango dentro del
“Regimiento Esteban Cantú”; cuerpo militar que nació de la fusión del cuerpo auxiliar
de caballería y del 25/º batallón de infantería. Jáuregui, era un furibundo antimaderista. Después del golpe de estado perpetrado
por Victoriano Huerta, en Ensenada había dejado constancia de este hecho con la
ridiculez de obligar al dulcero Anastasio Medina a descolgar de la pared un
retrato de Madero para estrellarlo contra el piso y verlo hecho trizas con sus
propios ojos.
El teniente coronel Justino Mendieta, contaba con el respeto y la confianza
del coronel Cantú, a pesar de no haber llegado juntos en el mismo contingente
militar, porque Mendieta había llegado tres meses antes al distrito con el 8/º
batallón, siendo apenas capitán, a cuatro días de su llegada, pegó con tubo,
arrasando a las fuerzas rebeldes en el encontronazo del 12 de marzo de 1911 que
se dio en Tecate entre federales y magonistas al mando de Luis Rodríguez. Esta
derrota habría de suscitar el reemplazo del magonista José María Leyva como
jefe de las operaciones militares de Mexicali, quien no obstante la
superioridad numérica de su hueste, no pudo retomar la plaza conquistada por
Mendieta y luego defendida por su gente.
Hipólito Barranco, por lo consiguiente, fiel a Cantú como una beata a su
cura. Sería tan fanático de Huerta o de Villa en tanto a su jefe le convino ser
huertista o villista. Fue acusado, en 1921, por participar en el movimiento
militar orquestado por los cantuitas en el Distrito Norte contra el gobierno de
la revolución, por eso le confiscaron todos sus bienes que le fueron devueltos
dos años más tarde.
El mayor José L. Escudero, gozaba de la estima y confianza del
coronel Cantú por ser sobrino de su ex jefe, el general porfirista Gordillo
Escudero. En cuanto al capitán 1º
de Marina Agustín Monsalve, comisionado para el traslado de la tropa a Guaymas,
era un huertista que andaba de colaboracionista con los villistas sonorenses.
De tal modo que si en Sonora no le había costado mucho trabajo cojear de una
pata, bien pudo hacerlo en el distrito con la otra, al lado de sus cofrades huertistas.
David Zárate Zazueta |
A Cantú no
le tocó votar durante aquella primera justa electoral para elegir presidente
municipal de Mexicali, porque andaba en Tecate, plaza a cargo del mayor Miguel
Carmona —devoto ajusticiador de constitucionalistas—, desde donde se
comunicaron con el mayor Santacruz, advirtiéndole por las buenas que debía
liberar a los rehenes, ya que sus demandas serían satisfechas. Todo indica que
así lo hizo, optando por los dólares en vez del plomo, puesto que el día 9 de
diciembre en Tijuana, luego de ser recibido por un coro de rifles con cartucho
cortado, Cantú se echó a la bolsa a la soldadesca que había acompañado a
Baltasar Avilés desde Ensenada, al pagarles año y medio de sueldos atrasados.
Para cerrar el círculo perfecto, el último punto de su agenda política era
tumbar al adelantado de Zárate que se había hecho del gobierno distrital, en
Ensenada, so pretexto de ser el primer edil del cuerpo edilicio, única
autoridad legalmente constituida.
Con ese propósito el martes 22 de diciembre, Cantú convocó al pueblo
ensenadense a una asamblea en el teatro “Centenario”, desconociendo a David
Zárate como gobernante del Distrito Norte, argumentando sus múltiples
reelecciones como alcalde de Ensenada. Chistoso Cantú con sus dobleces
políticos: un férreo defensor de la Constitución de 1857 y, lógico, de cepa
reeleccionista, descalificaba al jefe político como tal con un argumento típico
del maderismo favorable a la no reelección.
Este asunto del cuartelazo dado por Cantú al cuerpo edilicio de
Ensenada, fue más truculento y significativo de lo que imaginamos, si hacemos
caso a una carta acusatoria dirigida a Venustiano Carranza el 25 de febrero de 1916, signada
por Edmundo F. Cota y
otros ensenadenses refugiados en San Diego, California, desde donde dan cuenta
de lo sucedido aquel día en el teatro “Centenario”:
«XVII. El
traidor ex-federal Cantú disolvió la única Autoridad legal que había en el Distrito,
y era ésta el Ayuntamiento de Ensenada, formado por hombres adictos a la causa
del pueblo».
«XVIII. El
traidor Cantú atropelló al pueblo de Ensenada, en el teatro
"Centenario", obligándolo a firmar por la fuerza bruta de las
bayonetas pretorianas un acta en que se destituía al Ayuntamiento independiente
y se nombraba otro formado por hombres de reconocida filiación reaccionaria,
como sigue: Primer Regidor, Eugenio Beraud [el
administrador de Correos]. Segundo Regidor, Antonio Ptacnik [presidente municipal de Ensenada
mientras Cantú estuvo en el poder]. Tercer Regidor, Maximino Caballero
(primo del traidor José María Maytorena). Quinto Regidor, José María Gastélum.
Sexto Regidor, Luis C. Cacho. Síndico,
Ing. Luis Robles Linares».
En tanto, el
jefe político David Zárate, Juan B. Uribe y hasta Enrique B. Cota, acompañados de parentela
y seguidores, tomaban una de las decisiones más atinadas de su vida: pegar
carrera a San Diego, California, para asilarse en Estados Unidos.
Pero también
ese 22 de diciembre, con el cuartelazo al Ayuntamiento zaratista y la
imposición de un cabildo incondicional a Cantú, el municipio de Ensenada pasó a
segundo término dejando de ser para siempre el centro político y financiero del
Distrito Norte. He aquí el golpe de timón que 10 días después produjo de facto
el cambio de sede de la jefatura política, al traérsela Cantú de Ensenada hacia
Mexicali, donde se encontraba la sede del poder militar. Respecto a esta
determinación, de suyo Esteban Cantú da razón en sus “Apuntes históricos”:
«Debido a que además de ser [Mexicali] la ciudad que prometía producir mejores entradas al Erario
Nacional así como al Gobierno del Distrito y Ayuntamientos, exigía una estricta
vigilancia en la línea divisoria para evitar la entrada de contrabandos y la
necesidad de perseguir las frecuentes pequeñas partidas de filibusteros».
El cuarto
domingo de diciembre, o sea el día 27, fecha en que se realizó el cómputo de
votos y declaración de ciudadanos electos para establecer un cuerpo edilicio de
6 regidores propietarios y 4 suplentes, así como un síndico propietario con su
respectiva suplencia por un periodo anual a partir del 1 de enero de 1915,
Cantú aún venía en camino a Mexicali, procedente de Ensenada. Pero también ese
día en el Distrito Norte, sucedió otro hecho digno de mención: El anuncio de la
Secretaría de Hacienda sobre la aplicación de un estratosférico aumento a las
tarifas arancelarias para la exportación de cabezas de ganado. Esta medida
significó un golpe brutal a los intereses de la “California-Mexican Land and
Cattle Company”, arrastrando un cuantioso adeudo en Hacienda producto del no
pago de impuestos. Dos meses adelante, se sabría la respuesta de los dueños del
Rancho de la C. M. ante la resolución arancelaria venida de improviso
desde la capital del país.
Llegando a
Mexicali el coronel Cantú, lo primero que hizo fue relevar al teniente coronel
Arnulfo Cervantes de su cargo de comandante del 25/º batallón desde 1913,
poniendo en su lugar al teniente coronel Agustín Macías; éste, al igual que
Jáuregui, era otro compañero de mayor rango que Cantú cuando arribaron al
Distrito Norte en la expedición comandada por Gordillo Escudero.
A Cervantes, originalmente vinculado al general Francisco
N. Vázquez y desde luego al coronel Juan Lojero, algunos autores le atribuyen
el haber cocinado con el mayor Baltasar Avilés la salida fallida del 25/º
batallón hacia Sonora. Es más, no aparece por ningún lado en el listado de 68
jefes y oficiales que posteriormente conformaron el estado mayor del coronel
Cantú, mucho menos el mayor Miguel Santacruz que al parecer después de su chistosada
se refugió en San Diego, California.
Antigua subprefectura y posterior Presidencia Municipal de Mexicali, situada hoy en la esquina de Av. Madero y Azueta |
El viernes 1
de enero de 1915, a eso de las ocho de la mañana, el coronel Esteban Cantú
recorrió por Carbó las tres cuadritas que separaban su oficinita del cuartel.
Ahí escuchó el parte militar sobre distribución de oficiales y sus cuerpos de
tropa en todo el distrito de boca del teniente coronel Agustín Macías como
nuevo comandante del 25/º batallón. Dirigió un breve discurso y acompañado de
una comitiva militar, partió rumbo a la Avenida Porfirio Díaz hasta llegar a la
esquina de la calle Celso Vega y ser recibido por la gente arremolinada en la
entrada del edificio sede de la subprefectura. Aparentemente, las autoridades
militares solo iban a hace acto de
presencia en la ceremonia de toma de posesión de Francisco L. Montejano, como
primer presidente municipal de Mexicali, quien había ganado de calle la
contienda electoral a un nuevo residente del poblado, al licenciado Arturo
Guajardo, con 302 votos contra 23 sufragios.
De izquierda a derecha, Francisco L. Montejano, presidente municipal de Mexicali, con los señores Refugio Ligneva, Jesús Andrade, Juan Guzmán, en 1915 |
En aquel
memorable acto en que Edgardo A. Rivera —último subprefecto— les tomó la
protesta al presidente municipal Francisco L. Montejano, y a los regidores:
Tomás Rivera, José María Castro, Santiago Bareño, Refugio Lugo, Carlos Cota,
así como al síndico propietario Guadalupe Aguilera M., y demás suplentes, quién
iba a pensar que el nuevo alcalde a nombre del C. Francisco Villa, general en
Jefe del Ejército del Gobierno Constitucionalista, también le
tomaría protesta al coronel Esteban Cantú Jiménez, como Jefe Político y Comandante
Militar del Distrito Norte:
«¿Protestáis
sin reserva alguna guardar y hacer guardar la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos, sus adiciones y reformas y demás leyes que de ella
emanen, así como desempeñar fielmente el empleo que se os ha conferido? ¡Sí protesto!», retumbó en el
edificio la voz del coronel Esteban Cantú.
El documento
oficial lo rubrica el primer presidente municipal de Mexicali, Francisco L.
Montejano, así como el nuevo jefe político y militar, coronel Esteban Cantú, y
a modo de recién nombrado secretario del ayuntamiento, aparece la firma de Edgardo A. Rivera, quien acusado por
malversación de fondos, al poco tiempo sería sustituido por Ambrosio Lelevier,
un huertista redomado que en tiempos de la dictadura del general Huerta había
sido secretario del juzgado de Primera Instancia de Nogales, Sonora.
Con
residencia en Mexicali, quedaba establecida la Jefatura Política y la
Comandancia Militar, a cargo obviamente del coronel Esteban Cantú, seguido de
su gabinete: el teniente coronel, licenciado José F. Guajardo, aparecía como
asesor militar y juez de Primera Instancia; su hermano Arturo, también abogado,
si bien no había logrado convertirse en el primer presidente municipal de
Mexicali, a manera de premio de consolación, fue nombrado asesor de Jueces no
Letrados. Al teniente coronel Agustín Macías, Cantú lo hace jefe del estado
mayor de su cuartel general y al viejo teniente coronel, Arnulfo San-Germán,
Cantú le confía el juzgado especial militar, nombrando como su secretario al
joven subteniente Antonio A. Bannuett.
Respecto a
Ensenada, Como hombre fuerte quedó el teniente coronel Justino Mendieta que estaba
a cargo de la guarnición y del sector militar de Tijuana; el puesto de juez de
Primera Instancia, lo ocupó Joaquín Piña Saviñon; este hombre durante el
gobierno del general Vázquez había desempeñado el mismo cargo que ahora ejercía
Arturo Guajardo, como asesor de jueces iletrados, y había ganado en Ensenada
sobrada fama de jilguero del huertismo desde el día aquel de la inauguración
del Rastro Nuevo, en que, a toda costa, trató de obligar a la población
presente en dicha ceremonia, de echarle vivas a los generales Victoriano Huerta
y Francisco N. Vázquez.
Al
principio, con el fin de descalificar una figura del peso político del
aguerrido David Zárate y restarle importancia al Ayuntamiento de Ensenada,
Cantú había nombrado a Eugenio Beraud como presidente municipal —administrador
de Correos de la localidad—, habiendo designado a Rafael Barrón, hijo, como
secretario del Ayuntamiento y al ingeniero Luis Robles Linares, hermano de
Mariano y Carlos, como síndico.
Durante su
gestión, Beraud tranquilamente siguió ejerciendo ambos puestos hasta ser
remplazado poco después por Antonio Ptacnik, en tanto como administradores de Correos
de Mexicali, Tijuana, Tecate y El Álamo, fueron nombrados Francisco R. Muñoz,
que a su vez fue juez del Registro Civil de Mexicali; Benigno A. Marín, Santina
Ibarra y C. C. Cota, respectivamente.
El
secretario del Ayuntamiento era hijo del paceño Rafael Barrón, un furibundo
huertista que había sido administrador del Timbre en La Paz, sede del poder
político y militar en el Distrito Sur de la Baja California; de donde salió
desaforado hacia Ensenada cuando los constitucionalistas tomaron dicha localidad.
Originalmente, en ese puesto de administrador del Timbre de Ensenada, Cantú
puso al felixista Julio Viderique, después lo sustituyó por Rafael Barrón,
padre.
El síndico
Luis Robles Linares, ejerció dicho cargo hasta octubre de 1915, fecha en que el
coronel Cantú puso bajo su responsabilidad el proyecto más ambicioso de su
gestión: la construcción del “Camino Nacional”. Murió de pulmonía en la
Rumorosa, a los tres meses de asumir ese cargo. Su hermano Mariano Robles
Linares, sustituyó a David Goldbaum, como juez del Registro Civil de Ensenada,
y Carlos Robles Linares poco más adelante, con Cantú en el gobierno, como en
los días gloriosos de Celso Vega, volvió hacer de las suyas, al convertirse en
Agente del Ministerio Público del Juzgado de Primera Instancia de Ensenada.
Las primeras
acciones de gobierno de Esteban Cantú, fueron reimplantar la anulación a
la franquicia de zona libre, y volverle a reconocer a
Aurelio Sandoval su concesión exclusiva para la pesca en el Distrito Norte que
Baltasar Avilés había desconocido. Esta concesión procedente desde el porfiriato,
según el "Informe sobre el Distrito Norte de Baja California”, de Modesto C. Rolland, en realidad abarcaba «desde la
frontera con Estados Unidos hasta Manzanillo, contando las costas del golfo de
California».
El 6 de
enero de 1915, Venustiano Carranza desde Veracruz promulga una primer Ley Agraria cuyos principales objetivos eran la
repartición y la distribución de propiedades mediante la expropiación de
haciendas, parando de pestañas a Harrison Gray Otis y a su yerno Harry Chandler
y demás socios. Al parecer a un incierto gobierno federal, no le bastaba con el
alza desorbitada de impuestos a
la exportación de cabezas de ganado, sino que también tenía planes de quitarles
las tierras. Su respuesta no dilataría en sacudir el recién estrenado gobierno
de Cantú.
De ribete, la designación como nuevo jefe
político y militar del Distrito Norte, hecha en su nombre por el alcalde
Montejano no había sido del entero agrado del general Villa, porque a los días
el coronel Cantú se entrevistaba en Calexico con el ex magonista José María
Leyva con nombramiento de jefe político en mano, expedido por el jefe de la
División del Norte, y la exigencia de licenciamiento definitivo de las fuerzas
de ex federales rezagados. En enero de 1915, estuvo a punto de ocurrir algo similar a
lo sucedido en septiembre del año anterior durante la firma del “Pacto de
Mexicali” que derivó en la llegada de Baltasar Avilés a la jefatura política,
la salida de Tenorio y las fuerzas de artillería de aquel lejano distrito
territorial, y la posterior rebelión del 25/º batallón que degeneró en el
cuartelazo a Avilés y el desconocimiento de las autoridades del ayuntamiento de
Ensenada.
El coronel
Esteban Cantú mandó al ahora villista José María Leyva a freír espárragos, con
el consabido malestar del general Francisco Villa, quien amenazó con enviar 12
mil hombres al Distrito Norte. Justo el 17 de enero, día en que Eulalio Gutiérrez salió de la
Presidencia de la República —presuntamente el primero en nombrar a Cantú como
jefe político-militar, según carta de Fortunato Tenorio a Carranza—, el coronel
Cantú envió un telegrama al general Villa, suplicando que en vez de mandarle un
ejército en pos suyo, por qué mejor no enviaba gente a supervisar su obra. Y de
resultar negativo el balance, entregaría sin chistar el mando a quien el
divisionario eligiese. Ante aquel acto inusitado de subordinación de Esteban
Cantú, al tercer día recibió contestación telegráfica del C. Jefe de la
División del Norte donde le ratificaba el mando de la comandancia militar y
jefatura política del Distrito Norte de la Baja California.
Fuera de las
rutilantes estrellas venidas del porfiriato que el supuesto villista, coronel
Cantú, eligió a principios de 1915 para la integración de su gabinete de
gobierno, causa posible del porqué Villa pudo haber mandado a un precavido José
María Leyva tratando de negociar la salida del neolonés pero desde Calexico;
Villa poco tenía que reprochar a un coronel cuya comandancia militar a su cargo
siempre había mantenido una relación institucional con el villista José María
Maytorena, jefe de la Primera Región Militar y gobernador de Sonora.
De hecho, con el triunfo en los dos encontronazos militares verificados en Las
Abejas y La Islita, en agosto y noviembre de 1913, Cantú logra echarse a la
bolsa al huertismo y al villismo-maytorenista, enemigos jurados de los
carrancistas de Sonora. Victoriano
Huerta lo condecora y lo hace coronel, mientras tanto Francisco Villa, ese 20
de enero de 1915, le garantiza el control político-militar del Distrito
Norte, al
enviarle a Esteban Cantú este mensaje:
«En vista de las razones que
expone en su telegrama del día 17 y en atención a los méritos y servicios que
ha prestado a nuestra causa, sírvase hacerse cargo, desde luego, de la
Comandancia Militar y Jefatura Política del Distrito Norte de la Baja California.
Los actos de usted me merecen entera confianza y por consiguiente no hay necesidad
de que sean inspeccionados como usted lo desea».
Así fue como
Cantú hizo de Baja California ¿reducto
de los proscritos de la revolución o último bastión del porfiriato?
roberelenes@gmail.com
SEP—INDAUTOR
Título original:
Aduanas bajacalifornianas
Registro público:
03-2003-110615022600
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