Por Roberto Elenes
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Luis M. Salazar |
Con Salazar como gobernador por ministerio
de Ley, de agosto 18 a octubre 1 de 1920, lo primero que hizo la presidencia
delahuertista fue remover a los administradores de las aduanas de Cantú,
quedando Francisco Díaz Velazco —amigo de Obregón— a cargo de la Fronteriza de
Mexicali. El gobierno revolucionario enseguida revivió la declaración consular
para las importaciones, operando desde 1893, y abolió los impuestos al pago de
derecho de bulto, vigentes desde 1896.
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Miguel González |
En 1920, desde un Mexicali de alucine, por
primera vez se desató en el país el combate contra el narcotráfico masivo y los
adictos a los estupefacientes: El gobierno de la revolución había hecho acto de
presencia en el Distrito Norte y era el portador de una presunta nueva moral
que venía a redimir aquel mundo de perdición construido por el cantuismo.
Con la clausura de centros de entretención
y casas de juego, el gobierno federal puso en grave aprietos la economía del
Distrito Norte al propiciar el cierre de fuentes de trabajo y la suspensión de
flujos financieros utilizados en la manutención del aparato gubernamental.
El periodista Ricardo Covarrubias —fogoso
orador que había participado en el mitin a favor de Cantú—, rápido hizo migas
con el general Rodríguez Luján, logrando que el sonorense lo colocara como
parte del personal de la secretaría particular de Luis M. Salazar durante el
mes y días que estuvo en el gobierno.
Salazar encontró las arcas de gobierno
vacías. Hacía semanas que los capitanes Epitacio Macedonio, Narciso Trujillo e
Hipólito Barranco, el teniente Donaciano Calvo y el pagador de gobierno Antonio
A. Bannuett, funcionarios cantuistas, habían aperingado 500 mil pesos del
erario público y partido a Estados Unidos como perros en rancho ajeno, con la
cola entre las patas. Sobre ellos pesaría una acusación por peculado hecha por
el gobierno de la Nación. Bannuett, años más tarde llegaría a ser el flamante
oficial mayor de los gobiernos del general Abelardo L. Rodríguez y del teniente
coronel José María Tapia Freyding, mano derecha del general.
A una parte de los cantuistas les fueron
incautados sus bienes, saliendo afectados el doctor Hipólito Jáuregui, Hipólito Barranco, Agustín Macías, Leonarda Vera de
Macías, Guillermo Dato, Manuel Vizcarra, Narciso Trujillo, Crescencio Pérez
Casarrubias, Salvador Mata, Silverio J. Romero, Carlos Vázquez, María J. de
Vásquez, Rafael Legrand Sr, María M. de Legrand, Rafael Legrand Jr, Delfina Legrand, Aurora
Legrand, Andrés Espinosa, José Conde, Manuel J. Aguilar, Benita Blas y Luis Parma.
Durante el gobierno de José Inocente Lugo, en 1923, les fueron devueltas sus pertenencias.
Después de su breve gestión, Salazar
partió y trece años después retornaría a Baja California, asentándose en
Ensenada para emprender el negocio de las pesquerías, fundando, en 1933, la
Compañía Industrial de Ensenada, S. de R. L. Dicho de otro modo, Salazar en los
años treinta fue a vivir Ensenada para abrir una industria cuyo terreno estaba
totalmente dominado por su amigo y paisano el ya presidente de la República
Abelardo L. Rodríguez.
Del 1 de septiembre de 1920, fecha en que
el recién nombrado general brigadier Rodríguez Luján llega por San Luis Río
Colorado a Mexicali, hasta el 18 de febrero de 1922 en que sale de la región
para ir a Nayarit a ocupar el cargo de jefe de operaciones militares, el
Distrito Norte vería desfilar nada más y nada menos que a cuatro gobernadores.
Durante esa época Abelardo L. Rodríguez se dedicaría a construir el entramado
político que propició, en 1923, su exitoso retorno como gobernador.
Periodo de la gran crisis algodonera (1920-1921)
Entre 1920 y 1921, por tener las arcas de
gobierno vacías, cerradas las fuentes de trabajo, suspendidos los flujos
financieros para el pago de sueldos a la burocracia, y que el precio del
algodón cayó de 13 a 4 centavos de dólar por libra, los gobiernos de Luis M.
Salazar, Manuel Balarezo, Epigmenio Ibarra Jr. y Lucas B. Rodríguez atravesaron
por enormes problemas financieros. Pueden considerarse como los gobernadores de
la transición del cantuismo hacia el afianzamiento de los gobiernos de la
revolución dentro del Distrito Norte.
Para noviembre de 1920, en que el Partido
Liberal Constitucionalista (PLC) lleva al general Álvaro Obregón a la
Presidencia de la República, en Estados Unidos estaba prohibido el tráfico y
uso de estupefacientes; por decreto policial, Obregón prohíbe el uso de la
marihuana y seis años después, Calles,
prohíbe el tráfico y uso del opio y cocaína. Criminalizado el uso de
estupefacientes en México y Estados Unidos, desde aquellos años empezaron a
potenciar el lucrativo negocio del tráfico de drogas de un país a otro.
Al tiempo que en México quedaba liberado
el consumo de licor, vinos y cerveza, Estados Unidos lo prohibiría de 1919 a
1933, beneficiando, a partir del gobierno de José Inocente Lugo, a los gobiernos
revolucionarios del Distrito Norte, recibiendo carretadas de dinero gracias a
las hordas de bebedores y adictos que se volcaban a territorio mexicano a
consumir alcohol y estupefacientes, saliendo beneficiados también los
contrabandistas de alcohol que traficaban desde el Distrito Norte todo tipo de
bebidas embriagantes hacia los Estados Unidos.
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Manuel Balarezo |
El cantuista Miguel S. Ramos, presidente municipal de Mexicali, al ver
depuesto a Cantú, renuncia al cargo ante Balarezo, supliéndole Enrique Mérida
Álvarez; no obstante, los principales puestos del ayuntamiento quedaron
controlados por la pequeña oligarquía formada alrededor del cantuismo: Julio Galindo,
como secretario del gobierno municipal; Jacinto Méndez, antiguo administrador
de las Aduanas de Mexicali y Ensenada, encargado de la glosa municipal; el ex
diputado Nacho Roel dirigiendo el Hospital Civil. Algo similar sucedía en el
ámbito económico: los principales financieros eran amigos o socios de Cantú.
Dos meses después de la llegada de
Balarezo, el general Obregón —en vez de revocar la concesión del Hipódromo de
Tijuana—, la renueva, dando manga ancha a los antiguos aliados de Cantú y al mafioso
James Coffroth como nuevo socio del clan.
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Gambrinus |
Juan Loera |
Por otra parte, el general Abelardo L. Rodríguez, a su llegada al
Distrito Norte, habría de hacer lo que de rigor hace todo jefe militar cuando
toma un bastión antes ocupado por fuerzas enemigas, controlar las plazas
militares, en este caso la de Mexicali, Ensenada, Tijuana, y, basado en el Tratado
de Teoloyucan de 1914, licenció a las “tropas cantuistas”, invitando a los
relevados a integrarse a las fuerzas armadas de la revolución. El regimiento pretoriano “Esteban Cantú”, en
pleno, rechazó la idea.
Bajo las órdenes del general Rodríguez,
sentó sus reales el 21/º batallón de línea en la recientemente nombrada II
Jefatura Militar, con sede en Mexicali. Rodeado de su estado mayor: José María
Tapia Freyding (con un futuro promisorio en aquellas tierras de conquista), los
capitanes Jesús Muñoz Merino y Manuel Proto, y los tenientes Ramón Rodríguez
Familiar y Adolfo Wilhelmy, a guisa de asistentes, el joven general dispuso
afianzarse en el poder político-militar, dando un primer paso: enviar a Antonio
Legaspy y Octavio Gaxiola, a Tijuana y
Ensenada, con el título de jefes militares.
Legaspy había sido prefecto del Distrito
de Nogales en 1911, dándole trabajo a Abelardo Rodríguez Luján dentro del
Departamento de Policía de Nogales; corporación en la que vertiginosamente
escalaría diversos puestos hasta ser comisario en no mucho tiempo. Legaspy era
hombre de todas sus confianzas, enviado a un sitio de especial interés para
aquel joven general de 31 años de edad, ya que la economía de Tijuana —por su
cercanía con la base militar de San Diego y de la ciudad de Los Ángeles con su
mundo hollywoodense— había empezado a despegar de manera acelerada, contando
con un floreciente comercio y con un Hipódromo que ya empezaba a ganar mucho
dinero y fama.
Durante su primer periodo como jefe de
operaciones militares, el general Rodríguez dedicó su tiempo a extirpar del
Distrito Norte la presunta cizaña política del cantuismo, para construir en
cosa de un año y meses toda una encordadura de intereses políticos que
propiciarían, en noviembre de 1923, la debacle del gobierno de Inocente Lugo,
acicateado por los conflictos edilicios de los ayuntamientos de Ensenada y
principalmente de Mexicali, así como por el surgimiento de un movimiento
agrarista fuerte reclamando en el Distrito Norte un reparto agrario, sin dejar
de lado los momentos previos a la sucesión presidencial de 1924.
Después de Cantú, como pudo verificarse a
partir de 1923, el Distrito Norte pasó a ser una concesión política imposible
de conceder a nadie que no estuviese ligado directamente con los intereses de
Obregón y Calles. Esto jamás lo comprendieron Lugo ni su principal asesor
político, José Félix Enciso, secretario de Gobierno durante su gestión
gubernamental.
En noviembre de 1920, entre la clase
política del Distrito Norte, empezó a correr el rumor del inminente relevo de
Manuel Balarezo, lo que debilitó aún más la posición de un gobernador en bancarrota,
sin dinero para pagar desde la salida de Cantú los salarios del magisterio y
del aparato judicial, teniendo encima las elecciones para diputado federal y
presidentes municipales. Presionado, Balarezo tuvo que adelantar la
convocatoria para las elecciones, llevando a cabo la de diputados el 28 de
noviembre, y una semana después la de munícipes.
A pesar de que se sabía que el sucesor de
Balarezo era un amigo personal de Obregón, oriundo de Real del Castillo, hijo
de don Epigmenio Ibarra, de todos modos saltaron a la palestra política los
aspirantes de siempre: Ricardo Romero, David Zárate, Carlos E. Bernstein, con
la inclusión de Rodolfo L. Gallego —cónsul de México en Calexico— y Arturo M.
Elías — ex cónsul de México en Los Ángeles en tiempos del porfiriato—, auto
promoviendo su candidatura desde el centro del país.
Al final, Romero amarró la candidatura
para diputado federal por el Partido Liberal Independiente, ganando las
elecciones, David Zárate se hizo de nuevo presidente municipal de Ensenada, a Bernstein no le dejaron
siquiera acomodarse en el carril de salida, siendo señalado
como agente del cantuismo y pieza clave de la
corrupción distrital; en cuanto
a Gallego y Elías fueron
mandados con su misa a otra parte.
En el caso del ex porfirista Elías: 12
años después, el 18 de agosto de 1932, retornaría al ya nombrado Territorio
Norte de la Baja California para gobernar poco menos del mes e irse a casa de
vuelta.
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Otto Möller |
El supuesto triunfo de Möller había sido
tan contundente que, de 1300 votantes inscritos en el padrón electoral, había
resultado con 1179 votos a favor contra los 723 obtenidos por Roncal. El
Partido Liberal Independiente de inmediato impugnó las elecciones ante el juez
de Distrito Norte, Carlos Robles Linares, demostrado que desde el Cuartel del
21/º Batallón habían acarreado a 200 soldados federales hacía las urnas,
completando el cuadro con otros 500 votos provenientes de los pizcadores de
algodón recién llegados al muelle de “La Bomba”.
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Manuel Roncal |
La gente del dinero
Para 1920, hacendados como Manuel Roncal
—presidente municipal de Mexicali por el periodo anual de 1921—, los agentes
aduanales Ramón Armendáriz y Adolfo M. Shenk, el hacendado italo-norteamericano
Víctor Carusso, Rosauro Rojo y otros cantuistas, eran los que piloteaban la Cámara
Agrícola Nacional a nombre de la “Colorado River”, sirviendo de contrapeso
político al poder económico representado por los hacendados chinos, manejando
el 80% de la producción algodonera.
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Adolfo M. Shenk |
Roncal, al contrario de sus socios
algodoneros, era productor cañero; y lo era no precisamente con el propósito de
producir azúcar para tumbar a Spreckels como principal monopolizador de la
venta del dulce en el Distrito Norte, sino que la cultivaba para elaborar
alcohol y aguardiente. Su fuerte era producir aguardiente en una región
fronteriza donde del lado americano la venta de alcohol y su consumo, de facto
estaba prohibido desde principios del Siglo XX. En Sonora desde 1915.
En California y otros estados de la Unión
Americana la importación y exportación de vinos y licores había quedado
prohibida a partir del 8 de septiembre de 1917. Con la “Ley Seca”, de 1919, el
negocio del aguardiente de la hacienda de Roncal, se dispararía hasta las nubes
que cubrían el sur de California.
En aquella época, el licor y el vino que
se consumía en casinos, bares y cantinas bajacalifornianas era importado de
Europa; la “Ley Seca” sirvió de estímulo en el Distrito Norte para la fundación
de casas vitivinícolas como las Bodegas de Casa Blanca, la de California, Murúa
Martínez y Cetto (1928), haciendo florecer a comercializadoras como Casas
Lamarque y Castillo, pero muy especialmente a la Compañía Comercial de la Baja
California, fundada por Jorge Ibs y manejada por el grupo financiero
Internacional Comercial Co. Inc., comandado por su yerno, el agente aduanal
Miguel González y Juan N. Llanos, Junior; sin embargo, hasta 1923 los
bajacalifornianos no tenían acceso a mejor bebida embriagante que no fuese el
rascabuches de Roncal, producido desde 1915. Para 1924, Miguel González y
Heraclio Ochoa empezaron a producir cerveza en Mexicali.
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Arnulfo Liera |
El celo natural existente entre dos
poderosos líderes empresariales, como lo eran Manuel Roncal y Arnulfo Liera, no
solo provenía de que ambos eran cabeza de dos sectores económicamente muy fuertes,
respaldados por norteamericanos y chinos, dos mentalidades muy diferentes que
competían en importancia. Los de la Agrícola Nacional, inconformes, alegaban
qué caso tenía financiar a Liera para que trajese del sur gente a trabajar, si
el naviero hacía lo suyo para convencer a los pizcadores de no permanecer en
Mexicali y mejor se fueran a pizcar a Estados Unidos. Había un salario
equiparable de un lado y otro de la frontera, la única diferencia era que
algunos hacendados chinos que trabajaban en sociedad con la “Colorado River”, a
raíz de que solo obtenían el 50% de las utilidades, eran con los jornaleros
mexicanos lo doble de negreros que los agricultores gringos del Valle Imperial.
Entrando Roncal a la presidencia del
municipio, en enero de 1921, encomendó a su amigo el regidor Maurilio Magallón
elaborar una guía comercial de la región y un estudio que hoy llamaríamos de
mercado con la finalidad de demostrarle al gobierno de la República sobre la
necesidad de aprobar una franquicia para la instauración de una zona libre en
la región. Sus adversarios de la Cámara de Comercio, bajo la dirección de
Arnulfo Liera, interpretaron este hecho como una intromisión del munícipe
Roncal en asuntos que nada más les competían a ellos. Lo acusaron de que Roncal
quería comerles el mandado, con el fin de adornarse con el presidente de la
República.
Ese 10 de marzo de 1921, David Zárate
—presidente municipal de Ensenada— decía estar satisfecho al comprobar la
llegada de un nativo, Epigmenio Ibarra Jr., como gobernador del Distrito Norte;
sin embargo, ese día vio rodar por los suelos su empecinado propósito de hacer
retornar la capital del distrito a Ensenada, cuando al llegar el nuevo
gobernante lo primero en declarar fue que por ningún motivo emprendería acción
alguna en tal sentido. Al paso de los años, de manera infructuosa David Zárate
seguiría con su cantaleta de siempre: «Regrésennos
la capital a Ensenada».
Epigmenio Ibarra, hijo: gobernador nativo
Epigmenio Ibarra, hijo |
Tras la caída del precio del algodón en el
mercado internacional, Ibarra solo llegó a Mexicali a enfrentar una crisis
económica espantosa, detectable en el galopante desempleo imperante, en los
rostros de los desharrapados expulsados de Estados Unidos, deambulando por las
calles, hambrientos, sin dinero para regresarse a sus lugares de origen.
Clausurados los casinos desde el arribo de Salazar, sobrevino el intempestivo
cobro de 1 dólar por ingreso al país de cada extranjero que quisiese ir a apostar al hipódromo o a
beber a las cantinas de Tijuana.
Ante un panorama desolador, el gobernador
Ibarra acudiría al gobierno federal en busca de ayuda. A finales de marzo de
1921, el presidente Obregón ordenaba a Adolfo de la Huerta, secretario de
Hacienda, finiquitar los salarios atrasados al magisterio y al aparato judicial
con dinero de la Aduana de Mexicali, la cual volvió a hacerse cargo de este
tipo de pagos en el distrito. Mientras tanto Arnulfo Liera, a petición del
gobernador, embarcaba hacia el sur al mayor número de personas, absorbiendo los
gastos de tamaña encomienda.
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General Abelardo L. Rodríguez |
El día 2 de mayo de ese año, en Tecate, se
produjo un primer choque entre la unidad militar, comandada por el general
Rodríguez, y un grupo de 15 cantuistas más levantados que una carpa de circo.
Hubo un muerto entre los revoltosos.
Tres días después, en los baños de “El
Tecolote”, de Mexicali, encontraban una mortífera carga de dinamita que, de
haber estallado, habría matado de tiricia a los jacarandosos Allen, Beyer y
Withington, ex socios de Cantú y dueños del lujoso lupanar.
“El Tecolote” se incendió dos años más tarde y, en 1927, volvió a sucumbir a causa de una serie de movimientos telúricos. Ambas veces, el edificio fue vuelto a levantar.
“El Tecolote” se incendió dos años más tarde y, en 1927, volvió a sucumbir a causa de una serie de movimientos telúricos. Ambas veces, el edificio fue vuelto a levantar.
El gobernador Ibarra, al ser informado el
7 de mayo de que el Congreso de la Unión solo había aprobado 500 mil pesos de
los 3 millones solicitados por Balarezo para el gasto operativo de 1921, marchó
a México con el firme propósito de pactar un mejor presupuesto o de plano
tirarles la toalla. Por mientras, el changarro quedó a cargo de su secretario
general de gobierno, Lucas B. Rodríguez (mayo 7-julio 7, 1921).
Al día siguiente, a raíz del cobro de un dólar a los forasteros
por cruzar la frontera para ir a jugar y beber al Hipódromo, Carlos E.
Bernstein, gerente de esa empresa, tuvo que anticipar el cierre de temporada
por falta de clientela. Así de fácil, Inmigración había acabado de un plumazo con la última fuente de ingresos
del distrito.
En julio, Epigmenio Ibarra —hijo— regresó
a Mexicali a retomar el puesto, acompañado de Daniel Benítez, como nuevo
secretario general de Gobierno. A las primeras de cambio, Lucas B. Rodríguez se
vio sin miel y sin jícara. Como gobernador, Ibarra venía con una agenda
política cargada de promisorios acuerdos, gracias a que el subsecretario de
Gobernación José Inocente Lugo había conseguido eliminar el pago de 1 dólar por
el ingreso de extranjeros al país, asimismo había acordado que el presidente
Obregón concediera al menos la apertura del Casino Chino, con la condición de
que solo fuera para uso exclusivo de la clientela oriental.
Al paralelo, había conseguido elevar el
presupuesto de 500 mil a 639 mil 490 pesos, además de haber acordado la entrega
de otros 500 mil pesos para construir diversas obras en el distrito entre las
que se encontraba el fin de la edificación del inacabado palacio de Gobierno en
Mexicali. El presidente Obregón a finales de ese año de 1921, ordenaba a la
Secretaría de Hacienda lo que a continuación aparece transcrito:
«Ordénese a la Tesorería
General de la Nación que, en calidad de subsidio y con cargo a la partida Nº.
3248 bis, del Presupuesto de Ingresos vigente, proporcione al Gobierno del
Distrito Norte de la Baja California, la cantidad que sea necesaria para satisfacer
los derechos de importación de los materiales que, por valor de quinientos mil
pesos, habrán de emplearse en la construcción del Palacio de Gobierno del
expresado Distrito y de otras obras públicas que se van a llevar a cabo en
Mexicali, Tijuana y Ensenada. Palacio Nacional, México, D. F., a dos de
diciembre de mil novecientos veintiuno. Rúbrica: Álvaro
Obregón, Presidente de la República».
Obra que vendría a ser inaugurada hasta el
año siguiente por el licenciado José Inocente Lugo, sucesor de Epigmenio
Ibarra, Jr.
A principios de octubre de 1921, el cónsul
de México en San Francisco, reviviendo el cuento porfirista sobre ataques
filibusteros al Distrito Norte, dio el pitazo a Relaciones Exteriores afirmando
que un ex capitán del ejército norteamericano de apellido Dineley, tres
senadores gringos y Esteban Cantú fraguaban una invasión filibustera a la
Península bajacaliforniana. El general Abelardo L. Rodríguez, jefe de
operaciones militares, apresurado desmentiría tal versión. Sin embargo, el 22
de ese mes, la Aduanas de Estados Unidos incautaba en Calexico un cargamento de
250 carabinas 30-30 y 80 mil piezas de parque que venían para Mexicali. El
dueño del armamento era Federico Dato, cuñado de Cantú.
Para colmo, el 9 de noviembre James
Coffroth —accionista del Hipódromo de Tijuana— anunciaba a través del “San
Diego Union” el cierre de la temporada, previendo un posible ataque armado al
Distrito Norte. Cuatro días después —el domingo 13, en Tijuana— el general
Abelardo L. Rodríguez y el coronel Anselmo Armenta enfrentaban con su tropa una
embestida de 300 hombres dirigidos por “distinguidos cantuistas” que rápido se
vieron rechazados tras perder a seis de los suyos y darse a la fuga.
Al mando de la expedición cantuista venían
Cruz R. Villavicencio y Lerdo González, volcado de nuevo al cantuismo, que al
percatarse de los caídos en la refriega arrancaron rumbo a Tecate con sus
reclutas. El martes 15, en Vallecito de Santo Domingo, hubo un segundo
encontronazo en el que los buscabullas de González y Villavicencio se volvieron
a ver lerdos tras perder 14 hombres al hilo y huir hacia Estados Unidos.
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General Ángel Flores |
Cinco días después del arribo de Ángel
Flores a Mexicali, el 20 de diciembre de 1921, Cantú publicaba en importantes
periódicos de Estados Unidos y México un Manifiesto en el que exigía el restablecimiento
de la Constitución de 1857 al declarar al gobierno de Álvaro Obregón como usurpador
de México, no sin antes emitir una absurda declaración de repudio a la
violencia. Con esto quedó saldada para siempre la presunta revolución cantuista
en el Distrito Norte.
Las
elecciones municipales de 1922
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Ramón Moyrón, hijo |
Sin embargo, en Mexicali, con los
problemas tenidos con el padrón electoral en las pasadas elecciones, el
gobernador Ibarra antes citó en sus oficinas a los líderes de los partidos
contendientes, el Nacional Progresista y el Liberal Democrático, con el fin de
revisar las listas de votantes.
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Guillermo Z. Lugo |
Iniciando 1922, con la llegada de Möller a
la presidencia de Mexicali, Abelardo L. Rodríguez (jefe de operaciones
militares), cerraba el círculo de su poder político dentro del Distrito Norte,
imponiendo a Tiburcio G. Ruiz, como delegado de Tijuana.
Su gusto sería efímero, ya que, para el
día 1 de febrero de ese año, sorpresivamente llegaba a Mexicali, procedente de
la Ciudad de México, el ex secretario de Gobernación (1920), José Inocente
Lugo, seguido de un séquito de colaboradores a reemplazar a un gobernador
Epigmenio Ibarra, hijo, que andaba de viaje por Ensenada. Ibarra ni siquiera se
presentó a entregar el poder, Daniel Benítez —secretario general de Gobierno—
tuvo que hacerlo por él. Benítez partió a México a ocupar la Oficialía Mayor de
la Subsecretaria de Relaciones Interiores y Gobernación a cargo de Gilberto
Valenzuela Galindo.
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General Pablo Macías |
El 1 de junio, Abelardo logró acercarse al centro de decisiones,
a la Jefatura de la Región Militar, situada en Culiacán, al ser designado jefe
de operaciones militares en el sur de Sinaloa, con base en el cosmopolita
Mazatlán con sus famosos fumaderos de opio.
Instalado en el exclusivo Hotel Belmar frente al Paseo de Olas Altas, en 1922, se veía al general Abelardo L. Rodríguez cruzar la calle del Hotel para ir a pasear por el malecón en compañía de su esposa norteamericana, sitio en el que su mujer se suicida el 25 de septiembre de ese año: a los noventa días de su llegada al puerto. Se suicida sin dejar recado póstumo. Dos meses después, el 8 de noviembre, Juan Carrasco era asesinado en los límites de Nayarit y Durango.
La capacidad y versatilidad de Abelardo para
relacionarse con todo tipo de personas, era sorprendente; estando en Mexicali, bien
podía ir a echar la platicada al “Molino Rojo”, que regenteaba su gran amiga Carmen Cantua, alias “La Bicicleta” —porque si aprendes a montarla jamás lo olvidas—, o verlo bromear con el cuentero de Daniel Sández,
asegurando que una parvada de gansos lo acababa de traer, volando, desde su
casa de Cerro Prieto a Mexicali; como frecuente era ver al general Rodríguez,
estando en Mazatlán de jefe militar, codearse con lo más granado de la sociedad
mazatleca de aquellos días, como lo eran Alfonso V. Rivera —presidente municipal—; Antonio Múrua Martínez, cabeza del despacho de abogados más importante del puerto, o con los
Loubet —dueños de la Fundidora de Sinaloa—; con los Careaga, españoles enriquecidos
desde el Siglo XIX gracias al negocio de las diligencias; con los Coppel y los
Hass —a la postre magnates de la industria pesquera—; con Francisco Lupio —el
agente aduanal y naviero más importante del puerto—;
con los Fuentevilla —un día propietarios de la
Cervecería del Pacífico—; con Pepe Rico — fundador del Banco de Mazatlán—; con Rafael Salazar González, agente minero y
posterior propietario del Banco Minero Capitalizador; con Antonio Díaz de León,
copropietario de la firma cigarrera Montero sucesores y Díaz de León, fundador,
también, de la Cigarrera El Vapor, de la Cervecería Listón Azul y de la Chocolatera
la Flor del Pacífico.
En fin, Abelardo L. Rodríguez, mejor empresario y
político que destacado estratega militar, fue un hombre que lograría manejarse
como pez en el agua en cualquier círculo social. A pesar de la estereotípica
adustez militar, se cuenta que era un hombre de buen trato, incluso, hasta
bromista, además, entre amigos, bueno para aderezar la conversación con sus “palabrotas”.
Aunque en Abelardo lo más encomiable de su talento, fue su genio financiero. Su
fidelidad para con el general Plutarco Elías Calles, fue notable.
roberelenes@gmail.com
SEP—INDAUTOR
Título original:
Aduanas bajacalifornianas
Registro público:
03-2003-110615022600
2 comentarios:
Baja California fue Estado hasta 1954...por lo tanto el primer Gobernador fue Braulio Maldonado..entonces antes de esa fecha era territorio Norte...no habian Presidentes municipales ni Gobernadores por eleccion, seguro recibian otro nombre esos cargos
Eran Jefes Politicos, encargados de una region militar.
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